“Él nació en el mundo andino, eso lo hace diferente a cualquier fotógrafo venido de afuera”. La frase de su nieta y biógrafa, Peruska Chambi, resume el legado de Martín Chambi Jiménez, el niño quechua de Coasa (Puno) que revolucionó la forma de retratar al Perú. Huérfano en su niñez, descubrió la fotografía en una mina de oro en Madre de Dios, cuando observó a dos ingleses registrar el trabajo de los comuneros. Ese instante lo marcaría para siempre. Más tarde, en Arequipa, ingresó al estudio del maestro Max T. Vargas, quien lo formó como discípulo, le regaló su primera cámara y lo crió como a un hijo.
En 1917 abrió su primer estudio en Sicuani, pero fue en Cusco donde consolidó su obra. Desde allí recorrió cada rincón del mundo incaico: Machu Picchu, Sacsayhuamán, Ollantaytambo, Urubamba. Sus imágenes capturaron no solo la majestuosidad de las ruinas, sino también la dignidad de los pueblos indígenas, históricamente relegados por los lentes extranjeros.
Chambi no solo fue un retratista comercial de bodas y familias cusqueñas. También se convirtió en un cronista visual de su tiempo. Su obra coincidió con el auge del movimiento indigenista y se convirtió en un testimonio gráfico que dignificó la identidad andina. “Mis hermanos de raza surgen en mis fotos con solemnidad”, decía, convencido de que la cámara podía romper prejuicios raciales.
Su talento lo llevó a exponer en Chile en 1936 y, con el paso de los años, sus fotografías cruzaron fronteras hasta llegar a los museos más importantes del mundo, incluido el MoMA de Nueva York. En 2019, el Estado peruano declaró su archivo fotográfico Patrimonio Cultural de la Nación.
El 13 de septiembre de 1973, Martín Chambi falleció en su casa, la Quinta Chambi, dejando un archivo monumental de más de 20 000 negativos que hoy constituyen la memoria visual más importante del siglo XX en el Perú. Medio siglo después, su obra sigue viva, enseñando al mundo que el lente indígena supo mirar con dignidad, orgullo y verdad el alma de los Andes.