Opinión

Una muerte que despertó la indignación nacional

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Hay asesinatos que por lo dolorosos nos hacen reaccionar. Son una suerte de parteaguas en la forma como venimos actuando ante los diversos sucesos de sangre, pena y dolor en que está inmerso el país por culpa de la inseguridad.

Hace 33 años Sendero Luminoso cometía una serie de crímenes a nivel nacional. La capital, Lima, era en cierta medida indiferente. Los problemas están en el Sur, decían, refiriéndose a Ayacucho y zonas aledañas. Hasta que la muerte adquirió rostro conocido y popular, el de María Elena Moyano. El 15 de febrero de 1992 fue asesinada la popular lideresa en su distrito, en Villa El Salvador. Y desde allí la cosa cambió. Luego vinieron una serie de atentados, contra Frecuencia Latina, la calle Tarata, pero la gente ya estaba unida. En setiembre del mismo año fueron capturados los cabecillas del terror.

Paul Flores era un cantante conocido y querido, no solo en el ámbito de la cumbia, sino también del espectáculo en general. Murió mientras dormía en el ómnibus que lo trasladaba a otro punto de la jornada nocturna donde debía actuar. Las balas de unos miserables sicarios enviados por extorsionadores segaron salvajemente esta joven y prometedora vida. Pero, a pesar de todo el dolor, Paul  no era el único fallecido por culpa de la extorsión. Antes de él, solo en este año, ya habían perdido la vida por causas violentas 444 peruanos. Uno cada cuatro horas, en manos de la criminalidad delincuencial.

No hay duda que sobre estos hechos hay responsables. Los principales Dina Boluarte, Gustavo Adrianzén y Juan José Santivañez. Presidenta, premier y ministro del Interior. Pero no están solos. También son corresponsables los congresistas que avalaron y avalan al mediocre ministro, a pesar de las evidencias de su comportamiento irregular y de estar comprometido en la defensa de sujetos con prontuario. Solo en nuestro desarticulado país un individuo defensor de delincuentes puede estar en el mando político de la organización que se dedica a perseguir a delincuentes. Digno de Ripley. 

Juan José Santivañez no puede seguir de ministro del Interior. Todos sus indicadores de gestión demuestran que jamás dio la talla. El puesto le queda muy grande y él permanece al frente de tan importante sector solo porque es funcional a Dina Boluarte, quien en su momento tendrá que dar explicaciones al país por esta situación tan descompuesta.

Un cambio de ministro sí es importante porque es una nueva oportunidad, un cambio de rumbo, que estamos seguros con Santivañez no va a ocurrir. Y en medio de este desastre tomemos nota de quiénes, a pesar de las evidencias siguen defendiéndolo. Por algo será.

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