A mediados de los años 70, participé en un concurso para ocupar una plaza en el sector público. Además de presentar la hoja de vida, los casi 50 periodistas que postulamos fuimos sometidos a un examen escrito, una extensa prueba psicológica y una entrevista personal. Obtuve la plaza. Era un concurso basado en la meritocracia.
Hasta 1985, los concursos de méritos y los ascensos anuales eran una rutina. Pero con la llegada del segundo gobierno elegido por votación popular tras el gobierno militar, todo cambió.
Se instauró el carné partidario y el “tarjetazo”, eliminando de un plumazo la intención de que los mejores y más capaces ocuparan los puestos en la administración pública.
No solo se desmanteló la meritocracia, sino que se triplicó la burocracia con la creación de puestos innecesarios. El partido en el poder, tras décadas de espera, quiso copar toda la administración pública, arrinconando a los funcionarios de carrera.
Desde entonces, la insolvencia intelectual se ha convertido en una constante. Los concursos para acceder a plazas en entidades públicas han sufrido suspensiones y reanudaciones sin rumbo fijo. En los últimos años, se llegó al extremo de exigir pagos ilegales para obtener ascensos.
Algunos partidos han cobrado cuotas económicas a candidatos a cambio de un lugar preferente en las listas electorales. Los resultados de este despropósito son evidentes: un Parlamento que protege a delincuentes que consiguieron su escaño gracias a promesas huecas. La podredumbre alcanza todas las esferas del Estado. Bajo el amparo de los “puestos de confianza”, se ocultan la incapacidad y la corrupción.
El abogado e historiador Enrique Silvestre García Vega advierte en un trabajo sobre meritocracia que “la designación de personal de confianza es propia de los sistemas monárquicos y contradictoria en los democráticos”.
Como bien explica en su libro La meritocracia como forma de gobierno, la idoneidad no solo implica capacidad y experiencia, sino también una visión del Estado sustentada en valores fundamentales: la protección del individuo y la sociedad mediante la limitación del poder político.
Pero, tal como van las cosas, la meritocracia parece un sueño imposible.