El mundo unipolar, dominado por Estados Unidos tras la caída de la Unión Soviética, parece estar en su fase final. Ya no solo sus rivales tradicionales, como China y Rusia, cuestionan su hegemonía, sino que incluso Europa, México y el Reino Unido han manifestado su intención de protegerse en caso de una eventual amenaza estadounidense. La reciente declaración del secretario de Estado, Marco Rubio, sugiriendo que la unipolaridad fue una anomalía histórica, indica que la propia élite política de EE.UU. reconoce que el poder global está redistribuyéndose.
En este contexto, la figura de Donald Trump añade un elemento de incertidumbre y provocación. Su retórica imperialista, que va desde la idea de anexarse Groenlandia y Canadá hasta el intento de recuperar el control del Canal de Panamá, recuerda las ambiciones expansionistas del siglo XIX. Sin embargo, Trump no parece seguir una estrategia clara, sino que actúa como un embaucador que utiliza la provocación como herramienta de negociación. Ante esto, los países que han respondido con firmeza, como Canadá y México frente a sus amenazas arancelarias, han logrado frenarlo.
Más allá de Trump, el mundo se enfrenta a una realidad ineludible: el aumento de tensiones geopolíticas exige no solo mayor inversión en defensa, sino incluso considerar el regreso del servicio militar obligatorio en países como España, Canadá y Reino Unido, donde la falta de tropas es evidente. América Latina tampoco está exenta de esta discusión. En un escenario donde las alianzas estratégicas y la capacidad de disuasión serán clave, la pregunta ya no es si el mundo se volverá multipolar, sino cuán preparados estarán los países para enfrentarlo.