El Perú está que arde. Pero esta vez no nos referimos a las crisis económica, social y política que nos golpean hace varios lustros. Tampoco a la violencia en las calles a causa de la ola de criminalidad que impide el desarrollo de las actividades productivas en nuestra sociedad. Nos referimos a los incendios forestales que no cesan y están poniendo al límite a nuestra población.
En ese camino, la Amazonía, el principal pulmón que tiene el planeta para seguir viviendo se consume entre las llamas y nada parece detener el avance de la tragedia. Según el sistema de monitoreo del Serfor, hasta la noche del domingo, se tenían 91 de estos siniestros activos en un promedio de veinte regiones.
Lamentablemente, el siniestro ha revelado las múltiples carencias que tiene el aparato estatal para combatir las grandes emergencias. Basta señalar lo indicado y mostrado por bomberos de la región Junín. Su logística para combatir el fuego ahora se redujo a ramas y tierra. Es decir luchan contra la tragedia con casi nada y así su labor se vuelve inútil ante la voracidad de las llamas en nuestro patrimonio natural.
Es cierto que a nivel gubernamental se tienen una serie de problemas que involucran a nuestra clase política y sistema económico. Sin embargo, ello debe quedar a un lado pues hablamos de un problema mucho más grave que involucra a la principal riqueza de nuestro país. Hablamos de nuestros recursos naturales que ya registran miles de hectáreas consumidas en todo el país.
El presidente del Consejo de Ministros, Gustavo Adrianzén, ha pedido calma a la población ante este panorama. Sin embargo esta solicitud se pierde en el aire como el humo de nuestra selva consumida por el fuego. ¿Cuánto más tendrá que perderse para que se ayude a proteger nuestro entorno?