La denuncia pública de Korina Rivadeneira, quien aseguró haber sufrido tocamientos indebidos durante una presentación artística, ha vuelto a poner en debate un tema urgente: los límites del respeto y la dignidad de las mujeres. Su relato, profundamente humano, no debería ser analizado bajo el lente de la fama ni la espectacularidad mediática, sino como testimonio del daño que muchas otras, sin voz ni cámara, viven en silencio cada día.
Rivadeneira no solo expuso su vivencia, también verbalizó el dolor de miles que jamás serán escuchadas por una autoridad. Que una figura pública haya recurrido al sistema judicial debe hacernos reflexionar: si para ella fue doloroso y complejo, ¿cómo será para una mujer sin recursos, sin apoyo familiar o sin redes de protección? El problema no es solo la agresión, sino el sistema que minimiza y normaliza este tipo de violencia.
La violencia sexual no comienza con una violación; empieza con el primer roce no consentido, con la mirada invasiva, con la mano que se cree con derecho sobre otro cuerpo. Tocamientos indebidos es una denominación legal, pero socialmente debemos entenderlo como lo que es: una transgresión. No hay excusa cultural, artística ni afectiva que lo justifique. No es una exageración. No es una estrategia. Es violencia.
Korina visibilizó un lamentable hecho, pero hay cientos de mujeres invisibles. Aplaudimos los avances y el apoyo para sancionar al acosador, un trabajo efectivo de jueces, policías y fiscales, pero estos mismos operadores en muchos ocasiones archivan el caso por prejuicio. Pero también es justo reconocer a quienes sí creen, investigan y sancionan. Porque en esto no hay matices: los tocamientos indebidos no son opiniones debatibles. Son delitos. Y como tales, deben enfrentarse.
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