Estamos a pocos días de la Noche Buena y Navidad, un periodo que simboliza la paz, la unión y el amor. Es un momento especial para compartir con nuestros seres queridos: familiares y amigos. Durante esta época, las sonrisas y las alegrías son protagonistas en nuestros hogares, creando recuerdos que atesoraremos por siempre. Sin embargo, este tiempo también evoca un sentimiento de añoranza y nostalgia por aquellos momentos vividos en el pasado.
Recordamos, por ejemplo, las navidades que hemos celebrado, y es imposible no sentir una mezcla de emociones. La calidez de las reuniones familiares, las risas compartidas y las tradiciones que se han transmitido a lo largo de los años son motivos de felicidad. Pero, al mismo tiempo, la nostalgia nos invade, por las ausencias en la mesa familiar. Esta dualidad de sentimientos es un aspecto intrínseco de las celebraciones navideñas.
Es importante reconocer que la Navidad no se limita únicamente a la alegría. En este tiempo, muchos de nosotros recordamos a aquellos que han partido, a quienes solían estar a nuestro lado en cada festividad. A menudo, el aroma de las comidas tradicionales o el sonido de ciertos villancicos trae a la mente recuerdos vívidos. Estos recuerdos, aunque generan nostalgia, también nos brindan la oportunidad de honrar la memoria de quienes amamos. En este sentido, la Navidad se convierte en un momento de reflexión. Nos invita a apreciar cada instante y a valorar el tiempo que pasamos con nuestros seres queridos. La nostalgia que a veces sentimos no debe eclipsar la alegría, sino que debe coexistir con ella, recordándonos la importancia de las conexiones humanas. A medida que nos preparamos para estas festividades, es esencial encontrar un equilibrio entre la celebración y la memoria. Podemos crear nuevas tradiciones que incluyan a aquellos que han fallecido, ya sea encendiendo una vela en su honor o compartiendo historias sobre ellos en la mesa. De esta manera, les damos un lugar en nuestras celebraciones, manteniéndolos vivos en nuestros corazones.
En este diciembre, celebremos la vida, recordemos a quienes amamos y construyamos nuevos recuerdos que perduren en el tiempo. Celebrar la Navidad debe ser un acto de amor que trasciende la vida y la muerte, practicando permanentemente lo que ese niño pobre de Belén que nació hace 2024 años nos enseñó: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Y tanto nos amó, que dio su vida por nosotros. ¿Seríamos capaces hoy de hacer lo mismo?