El mensaje del papa León XIV para la 10.ª Jornada Mundial de Oración por el cuidado de la Creación, que celebramos este domingo, tiene por título “Semillas de paz y esperanza”, en clara alusión a la imagen de la semilla que Jesús usa varias veces en el evangelio para referirse al reino de los cielos o a sí mismo. Así, por ejemplo, cuando dice que el Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza, que es la más pequeña de las semillas pero cuando crece llega a ser un árbol frondoso (Mt 13,31-32); o cuando, refiriéndose a su ya cercana muerte, dijo: «si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto» (Jn 12,24). Así, nos dice el papa, como «la semilla se entrega por completo a la tierra y allí, con la fuerza de su don, brota la vida», también los cristianos estamos llamados a ser como semillas que, fecundadas por el Espíritu Santo, hagamos obras de justicia y de paz, mediante las cuales demos testimonio de nuestra esperanza y hagamos posible que surja la esperanza en los demás.
Este aspecto de la misión de la Iglesia, nos sigue diciendo León XIV, es de extraordinaria actualidad ante el incremento de la codicia con la que se está explotando los recursos naturales más allá de sus posibilidades, causando deforestación, contaminación ambiental, pérdida de la biodiversidad y el cambio climático. Realidades que afectan sobre todo a los más pobres, los marginados y excluidos, como por ejemplo, pero no únicamente, las comunidades indígenas, y que son consecuencia del pecado. «Sin duda, esto no es lo que Dios tenía en mente cuando confió la tierra al hombre creado a su imagen», afirma el papa y nos llama a recuperar «una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza». En efecto, como nos relata la Biblia, cuando Dios creó al hombre «lo colocó en el jardín del Edén, para que lo custodiara y lo cultivara» (Gn 2,15), no para que lo sobre explotara y lo destruyera. Por eso, como bien nos dice el papa León en su mensaje, la justicia ambiental va más allá de la simple protección del medio ambiente como si fuera un fin en sí mismo: «es una exigencia teológica que, para los cristianos, tiene el rostro de Jesucristo, en quien todo ha sido creado y redimido».
Los cristianos no nos relacionamos con la naturaleza como si fuera una divinidad, sino conscientes de que es un don de Dios para toda la humanidad de todos los tiempos y no sólo para un reducido grupo de personas que, al atentar contra la creación para enriquecerse, están atentando no sólo contra las comunidades que dependen de ella ahora sino contra las futuras generaciones. Por eso, como nos enseñó el papa Francisco, el cuidado de la creación es una cuestión de fe y no algo opcional ni un aspecto secundario de la experiencia cristiana (Laudato Si’, 217). De ahí que el papa León XIV concluya su mensaje para esta jornada de oración pidiendo que: «la ecología integral sea cada vez más elegida y compartida como camino a seguir. Así se multiplicarán las semillas de esperanza, que debemos “cuidar y cultivar” con la gracia de nuestra gran e inquebrantable esperanza: Cristo resucitado».