Opinión

Queriendo dar pena

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DIARIO VIRAL

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En 1987 un atentado terrorista destruyó una granja en la costa. Por entonces, los terroristas de Sendero Luminoso dinamitaban e incendiaban todo a su paso. La consigna ideológica es la destrucción de los medios de producción para agudizar la pobreza, falta de trabajo y desesperación social, el primer paso para asaltar el poder por la vía armada, experimento fracasado hace 20 años. Por los cuantiosos daños ocasionados, el quiebre de la avícola fue inminente. ¿Pero qué vino después?

Por su liderazgo y determinación firme, Julio Favre, propietario de la granja, fue seguido por sus trabajadores. En lugar de lloriquear y pedirle ayuda al Estado, todos juntos se armaron de valor, ese que rara vez se manifiesta en el país. Valientemente, sabiendo de los peligros por venir, pecharon a los terroristas. Los maoístas, al ver un frente contra ellos decidido a todo, nunca más volvieron porque la cobardía se hace valiente en el anonimato, en la oscuridad, en la muchedumbre, agazapada en la manifestaciones públicas detrás de niños, jóvenes y mujeres; sujetos masticando odios y resentimientos. 

En el cuento Hija de la fortuna - nuevamente oportuno -, el autor Freddy Contreras relata cómo los comuneros ponen fin a la prepotencia senderista acostumbrada a adoctrinar en el colegio y castigar a cualquiera y por cualquier cosa para mantener al pueblo sometido. Cada fin de mes los senderistas cobraban cupos y los pobladores pagaban con alimentos y con parte de su sueldo hasta que un día, cansados de los hostigamientos, certeros garrotazos en la nuca dados por los comuneros terminaron con la vida de los “combatientes”, como se hacían llamar los terroristas. Los cobardes nunca más asomaron en el poblado pobre ni en otras comunidades cercanas. Huyeron por la voluntad férrea y unánime de la gente.

En esos mismos años, conmocionaron los asesinatos de María Elena Moyano, Pascuala Rosado y Pedro Huilca cometidos por sicarios del narcotráfico al servicio de Sendero Luminoso. Una fuente confiable contó que numerosos dirigentes de izquierda fueron coaccionados por los enviados de Abimael Guzmán. Les dijeron “compañeros, la guerra popular ha comenzado, un paso al frente y si no, ya verán”. Oponerse a Sendero Luminoso les costó la vida a Moyano, Rosado, Huilca, al alcalde de Huancayo, Saúl Muñoz, y muchos otros. ¿Acaso estos sacrificios no tienen ningún significado en ese mundo popular que hoy reclama protección al Estado? Los “ajusticiamientos” senderistas no doblegaron, no rindieron al llamado “Perú profundo”. Si así hubiera sido el destino nacional sería distinto. Guzmán habría gobernado y heredado el poder a otro igual que él. 

Nos equivocamos al creer que las valentías durante la época terrorista configurarían un poblador peruano distinto, con agallas, con capacidad suficiente para distinguir al enemigo principal: el socialismo. Tremendos manganzones queriendo dar pena, hubieran dicho las víctimas del senderismo al ver lo acontecido recientemente en las calles de Lima. Y es que dar pena se ha quedado incorporado en el alma del peruano medio. ¿O no?

Las debilidades de la democracia, de la ciudadanía y, sobre todo, de los liderazgos políticos y sociales son aprovechadas acertadamente por los comunistas. Las falencias, los errores y la distorsión de la realidad son puestos en bandeja en los medios y redes sociales para el consumo de la ingenuidad. Una vez más acudimos a lo experimentado antes: el allanamiento del camino a corrientes totalitarias y estatistas.
 

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