El Ejecutivo acaba de enviar al Congreso el proyecto de presupuesto 2026 por 257 562 millones de soles. Es la cifra más alta de nuestra historia y, en el papel, prioriza educación, salud, transporte y seguridad. Para los jóvenes de 18 años que empiezan a construir su futuro, este dinero debería traducirse en aulas modernas, hospitales equipados, calles seguras y empleo digno. Pero la gran pregunta es: ¿realmente lo veremos?
La experiencia nos enseña que no basta con destinar millones si no hay transparencia en la ejecución. Cada año se anuncian presupuestos ambiciosos, pero las regiones siguen con obras paralizadas, hospitales sin medicinas y colegios sin agua ni internet. La descentralización que promete el presupuesto 2026 solo funcionará si los gobiernos regionales y locales usan los recursos con eficiencia y sin corrupción.
Los ciudadanos deben mirar con lupa este proceso porque serán quienes paguen las consecuencias de una mala gestión. Un aumento del 2.2 % puede sonar alentador, pero sin control ciudadano se corre el riesgo de que los fondos terminen en elefantes blancos o en bolsillos equivocados. La política fiscal no solo es asunto de economistas: impacta directamente en el costo de la vida, en la calidad del transporte que usas o en la atención que recibes en un hospital.
El presupuesto 2026, como lo vende el ministro de Economía, Raúl Pérez Reyes, es “la visión de un Estado moderno y responsable”. Sin embargo, esa modernidad no se mide en cifras, sino en resultados. Que el Congreso lo apruebe es un trámite; lo decisivo será que la ciudadanía exija que cada sol se invierta donde más se necesita. Porque el futuro que promete ese dinero es, en realidad, el presente que hoy reclamamos.