A San Agustín de Hipona, gran padre y doctor de la Iglesia católica se le atribuyen las siguientes reflexiones sobre la muerte: “La muerte no significa nada. Solo he ido a la habitación de al lado. Soy yo, tú eres tú. Lo que éramos, seguimos siendo. Llámame como siempre, háblame como antes. No lo hagas con tristeza. Ríe de lo que nos hacía felices. Pronuncia mi nombre en casa como siempre, sin solemnidad. La vida sigue igual. El hilo no se ha cortado: ¿Por qué estaría yo fuera de tu mente, simplemente porque estoy fuera de tu vista? Te espero… no estoy lejos, solo al otro lado del camino. Todo está bien. Volverás a encontrar mi corazón y mi ternura. Seca tus lágrimas y no llores si me amas”.
La muerte no es el adiós Tavito, sino un breve intervalo, un instante en el que tu presencia física desaparece, pero tu alma sigue brillando en cada rincón de nuestras memorias. No nos has dejado, solo te adelantaste un paso en este sendero que, tarde o temprano, volverá a encontrarnos. Seguiremos llamándote por tu nombre, como siempre lo hemos hecho. Trataremos de que nuestra voz no tiemble con tristeza ni se vista de luto. Hablaremos contigo como si aún estuvieras a nuestro lado, porque en realidad siempre lo estarás. Las risas que compartimos, las historias que vivimos juntos, seguirán vivas en nosotros, en cada recuerdo tuyo que conservamos con cariño. Tu ausencia no es más que un velo, una pausa pasajera. No estas lejos de nosotros, solo estás del otro lado del camino, esperando el momento en que nuestras almas vuelvan a cruzarse. Y mientras tanto, sabemos que hubieras querido que sigamos adelante (por muy difícil que parezca ahora) pero con el mismo amor, fuerza y alegría que siempre nos unió como familia.
No dejaremos que tu nombre se envuelva en sombras, ni que el peso de tu ausencia física opaque los momentos felices que vivimos. Tu nombre se pronunciará como siempre: con amor, con gratitud, con respeto, como debe ser. ¿Por qué pensar que no estás presente solo porque no te vemos? Siempre estarás en cada consejo que nos diste, en cada gesto compartido, en cada abrazo y beso que quedaron tatuados en nuestros corazones. Tu ternura no se ha desvanecido, tu amor sigue y seguirá intacto.
Así que, Tavito, cuando el dolor se intensifique y las lágrimas amenacen con brotar, recordaremos lo que decía San Agustín: “No llores si me amas”. Intentaremos no llorar ni estar tristes, porque existen dos grandes consuelos que llenan nuestros corazones: estás en calma, en paz, y has sido recibido con los brazos abiertos por nuestra mami, nuestro papi y nuestro Martincito en el cielo. Hasta pronto, Tavito.