El cese al fuego entre Hamás e Israel, iniciado el domingo 19 de enero de 2025, marca un respiro temporal en un conflicto que dejó más de 46 000 muertos en los últimos 15 meses. A pesar de la liberación de tres rehenes israelíes —Doron Steinbrecher, Romi Gonen y Emily Damari— por parte de Hamás, el acuerdo sigue pendiendo de un hilo.
Las tensiones en su implementación inicial, como el retraso en la entrega de los nombres de los rehenes por parte de Hamás y los ataques con drones de Israel a desplazados palestinos, evidencian la fragilidad del pacto. Mientras tanto, las celebraciones en Tel Aviv y en la Franja de Gaza reflejan la esperanza de dos pueblos exhaustos por la violencia.
El intercambio pactado es complejo. Durante esta primera fase de seis semanas, Hamás promete liberar a 33 rehenes, mientras Israel deberá liberar a 1900 prisioneros palestinos, en su mayoría mujeres y menores.
Sin embargo, el contexto no permite optimismo absoluto. El portavoz de Hamás, Abu Ubaida, ha advertido que cualquier violación israelí al alto al fuego pondría en peligro el acuerdo, mientras que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, declaró que Israel reanudará los combates “si la segunda etapa fracasa”. Estas declaraciones solo refuerzan la incertidumbre de una tregua que puede desmoronarse con cualquier provocación.
Más allá de la diplomacia liderada por Qatar, Egipto y Estados Unidos, este acuerdo no aborda las causas de fondo del conflicto. La continua destrucción en Gaza, con millones de desplazados y cientos de víctimas recientes incluso tras el anuncio del alto al fuego, evidencia que las heridas de este enfrentamiento no se cerrarán fácilmente. Mientras tanto, el retorno de los primeros palestinos a sus hogares devastados es un recordatorio cruel de la necesidad de buscar soluciones sostenibles y justas para ambas partes. ¿Será este acuerdo una oportunidad para cambiar el rumbo o solo un paréntesis en un ciclo interminable de violencia?