El monopolio y el oligopolio son una manifestación del tipo de mercado que rige en una región. Si las barreras de acceso –traducidas en una regulación que minimiza los incentivos empresariales, que redirige los esfuerzos de la productividad hacia el pago de impuestos o aranceles elevados o al cumplimiento de trámites leoninos– hacen que la actividad empresarial se restrinja a que un solo agente económico o muy pocos provean de bienes o servicios al mercado, entonces el problema está en la entraña facinerosa del Estado, en su naturaleza expropiadora y la avidez mercantilista.
Este dominio empresarial que encuentra en la red burocrática del Estado un respaldo para extender su actividad sin competencia, afecta, sin duda, el consumo porque lo limita en calidad, variedad y precio; la inversión porque disuade a las demás empresas (medianas y pequeñas, sobre todo) de participar de la oferta por el costo de su acceso y, en general, la dinámica del mercado.
Este es el tipo de monopolio u oligopolio que hay que enfrentar. Pero solo es el síntoma. La enfermedad es el Estado que irrumpe con un protagonismo no deseado en el mercado para restar con su intervencionismo la libertad de elección de los que generan riqueza y precarizar la calidad de vida de las personas. Los ejemplos en el Perú se respiran a diario.
El monopolio penitenciario expone el ominoso servicio que brinda a la sociedad, mostrándonos cómo, en medio del hacinamiento carcelario, policías y agentes del INPE convierten la prisión en un foco de negocios ilícitos, traficando con celulares y cobrando a los reclusos por privilegios. Lo descubierto en el penal El Milagro de Trujillo es vergonzoso.
El monopolio de los servicios de agua y saneamiento ha provocado que cerca de 3,5 millones de peruanos carezcan de agua potable de red y que el 11% de la población del país dependa de camiones cisterna, pozos, ríos y acequias, según el INEI, con lo que se incrementa el riesgo de mortalidad y la propagación de enfermedades producidas por bacterias y parásitos.
Son monopolios que ponen en riesgo la seguridad y la salud de las personas. ¿Monopolios empresariales? No. Monopolios estatales que atienden una necesidad: la de sus operadores políticos, sus sindicatos, sus direcciones y gerencias. En ningún caso la del usuario. Porque el monopolio estatal no está bajo ningún control de mercado, ese que premia el buen servicio o que lleva a la quiebra y a la extinción de la organización. Aquí los monopolios estatales no quiebran, se revitalizan con cada inyección de dinero malgastado en privilegios remunerativos.
Hablábamos de los monopolios u oligopolios como una manifestación de un tipo de mercado. Si estos, aún en su naturaleza concentradora, provienen de la misma dinámica del mercado, conformando monopolios privados, serán en un mercado abierto, juzgados y premiados o sancionados por la preferencia del usuario. En el caso de los monopolios naturales, como el del agua, siendo privados, la accesibilidad de su servicio estaría garantizado por la regulación de tarifas y la constante fiscalización de su actividad por las entidades respectivas ante la ausencia de competidores. El veneno no está en el monopolio, sino en el monopolio estatal.