El volcán Misti, majestuoso e imponente, es símbolo de Arequipa, pero también una advertencia latente. Su presencia nos recuerda que la naturaleza no tiene horarios ni concesiones. El reciente lahar que descendió por la quebrada Matagente es una muestra de cómo los fenómenos volcánicos pueden alterar la vida de miles en cuestión de minutos.
No es solo un torrente de lodo, rocas y ceniza; es una amenaza real para el acceso al agua potable, la estabilidad del suelo y la seguridad de quienes habitan cerca de su cauce.
Lo preocupante no es solo el evento en sí, sino nuestra respuesta ante él. Las autoridades emiten alertas, los organismos de emergencia advierten, pero, ¿estamos preparados? La falta de planificación en torno a desastres naturales sigue siendo una deuda pendiente en el país. No se trata solo de evacuar o cerrar compuertas cuando el desastre ya está en marcha, sino de prever escenarios y ejecutar planes de acción efectivos antes de que la emergencia golpee con fuerza.
Fuera del tema de la naturaleza, los humanos también generan desastres. Eso lo sabe bien la familia de la señora Bendita, en Paucarpata, quien lo perdió todo cuando su casa se inundó, no por las lluvias, sino por un forado causado por una obra de redes de agua mal hecha. La negligencia y la falta de fiscalización también destruyen hogares, y como sociedad no podemos normalizar que los errores humanos sean tan devastadores como los desastres naturales.
Así como exigimos prevención ante los embates del Misti, también debemos exigir responsabilidad ante obras públicas deficientes que afectan a los más vulnerables, por eso pedimos a las autoridades que evalúen sus calles porque hay varios forados provocados por una mala acción humana y ese problema en temporada de lluvias genera riesgos.
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