La muerte de Mario Vargas Llosa, ocurrida el pasado 13 de abril en Lima, ha dejado un silencio doloroso en el mundo literario. Con 89 años, el Nobel peruano partió rodeado del respeto de millones de lectores, dejando tras de sí una obra monumental que definió parte del siglo XX y XXI en la literatura hispanoamericana. Pero no solo se apagó una de las plumas más brillantes del idioma español, también se encendieron rumores y versiones encontradas sobre las verdaderas causas de su fallecimiento.
Aunque sus hijos declararon que la causa oficial fue una neumonía, el periodista Jaime Bayly reveló en su canal de YouTube una versión distinta. Según él, Vargas Llosa habría padecido un cáncer hematológico porque su fuente de información lo veía en un hospital atendiéndose de ese mal que decidió mantener en estricta reserva, quizás por orgullo, discreción o simplemente el deseo de que su legado literario no se viera empañado por su debilidad física. Esta revelación muestra como protegen su privacidad las figuras públicas y como manejan sus enfermedades frente a sus admiradores.
Más allá de la causa de su muerte, el testimonio de Bayly añade también otra nota profundamente humana a los últimos días del escritor. En su relato, destaca la figura de Patricia Llosa, quien, tras años de distancia, permitió que Mario regresara al hogar que una vez compartieron. Este acto de compasión revela una historia de reconciliación, donde el perdón prevalece sobre las heridas del pasado, ella decidió que los últimos días de vida Vargas Llosa la pase en familia y sintiéndose querido. Un cierre digno para una vida marcada por el drama, la política y la creación.
Mario Vargas Llosa no solo escribió novelas; narró la historia de América Latina con una lucidez incómoda y necesaria. Su muerte no cierra un capítulo, sino que deja abierto un espacio para volver a visitar su obra con nuevos ojos, entender su complejidad y, quizás, descubrir en su literatura respuestas que el mundo aún necesita. Porque cuando muere un escritor como él, lo que queda no es el silencio, sino la voz eterna de sus libros.