Érase una vez, a fines de los años 90, un economista nacido en Cabana (Áncash) y graduado en Harvard (Estados Unidos), se convirtió en la cabeza visible de una oposición que fue dinamitada por la dictadura de Alberto Fujimori. Sendos titulares en los diarios ‘chicha’ habían menoscabado, por ejemplo, la imagen de otras cabezas opositoras como Alberto Andrade y Luis Castañeda.
Se trataba de Alejandro Toledo, quien llegó a segunda vuelta en el año 2000, fue protagonista en la marcha de los 4 Suyos y finalmente se convirtió en presidente a la caída del fujimorismo. Su mandato (2001 – 2006) se caracterizó por un manejo económico que iba en subida, aunque quitó varios derechos laborales como la cédula viva (régimen penitenciario).
La estabilidad era permanente y ello tal vez ocultaba en parte algunos hechos de corrupción vinculados al gobierno de la ‘Chakana’. Bastaba recordar a un hermano del entonces mandatario involucrado en licitaciones irregulares, los sobrinos denunciados ante la Policía y salvados por el poder, el uso que la primera dama Eliane Karp hacía de instituciones como la Conapa, Indepa, etc.
Toledo, tras dejar el poder, siguió vigente e intentó postular a la presidencia el 2011. No consiguió siquiera llegar a segunda vuelta. La luz que lo acompañó como líder de la oposición contra la dictadura se fue apagando, opacada por las sombras de la corrupción producto del caso Odebrecht y pagos irregulares al expresidente y otros personajes vinculados a la política peruana de las últimas dos décadas.
Hoy Toledo debe afrontar prisión y se convirtió en el primer presidente sentenciado por el caso Odebrecht. A sus casi 80 años la vida se le irá yendo lentamente y solamente quedará en el pensamiento de los peruanos la imagen de quien en su momento fue un héroe para después convertirse en villano.