Cuando alguien aspira a ocupar un puesto de responsabilidad, la densidad y dimensión del cargo nos obliga a pensar en nuestras limitaciones. Ese es un signo de madurez: ser conscientes de nuestros límites y por tanto de los atributos y carencias que tenemos. Ello nos lleva a aceptar o no un encargo, a postular o no a un puesto.
Esta situación se da tanto si queremos ser gerente general como entrenador de la selección de fútbol. Para todo hay exigencias. Para todo se requiere de ciertas capacidades. Para todo puesto hay un perfil.
En ese sentido ¿se han puesto a pensar en qué se ha convertido la Presidencia de la República si cualquiera, literalmente cualquiera puede aspirar a ser presidente de nuestro país? ¿Hemos percibido cuánto se ha devaluado la institución presidencial para que sea objeto del deseo de muchos? Sea un exalcalde o un humorista, un mediocre profesor o un activista, un arquero o un defensa, todos se sienten con derecho, con méritos para llegar a ser presidente del Perú.
Esta devaluación, como es obvio, no ha ocurrido de la noche a la mañana. Nuestro nivel de exigencia ha ido decayendo sobre todo, tomémoslo en cuenta, desde el gobierno de Ollanta Humala. Hemos pasado de los gabinetes de lujo con resultados concretos de mejora del país en los gobiernos de Alejandro Toledo y Alan García (si no lo cree piense en los 120 meses de crecimiento económico continuo que tuvimos en ambos gobiernos) a aceptar a cualquier persona como ministro de Estado o embajador. La ausencia de crítica y fiscalización, por parte del Congreso, y la resignación cómplice de cierto sector del empresariado han sido algunas de las causas que nos han conducido al actual desastre.
Es muy posible que, en las próximas elecciones, ya constituidas las alianzas, participen alrededor de 30 opciones. El nivel de fraccionamiento será el gatillador de una crisis de gobernabilidad por la imposibilidad de ponerse de acuerdo. Si a eso le agregamos lo difícil que será tender puentes de entendimiento por la escasez de personajes con peso político, el caos está garantizado.
¿Hay solución a la vista? No. Sería falso asegurar una solución. Lo que se puede es minimizar el caos ¿Cómo? Entendiendo desde ahora la importancia de saber votar, no dando una segunda oportunidad a quienes nos defraudaron o son comprobadamente corruptos o a aquellos personajillos que solo se aparecen cada cinco años. En ellos, con seguridad, no se debe confiar.