Lo sucedido con la pista de aterrizaje del aeropuerto Jorge Chávez nos demuestra la fragilidad de la infraestructura estatal. Bastó un ‘corto circuito’ y un ‘cable pelado’ como dijo el ministro de Transportes y Comunicaciones (MTC), Raúl Pérez-Reyes, para que la salida y llegada de viajeros colapsara al punto de que una aeronave fuera declarada en emergencia a la fuerza para que le permitan aterrizar en cualquier lugar porque literalmente ya no tenía combustible. En pocas palabras, desde la noche del domingo 2 de junio, esos “pequeños errores generaron caos” y todos los involucrados se lavan las manos.
Sin embargo, más que el problema para miles de pasajeros, preocupa e indigna más la pasividad y el espíritu de la improvisación que caracteriza a la ‘viveza’ peruana y que se vio reflejado en las respuestas de los responsables. Desde el MTC indicaron que se trató de algo ‘fortuito’. En el caso de Corpac, a cargo de cuidar nuestra infraestructura aeroportuaria, indicaron alegremente que no había ‘plan de contingencia’, ante estos hechos.
A esto debemos agregar que debería funcionar una segunda pista de aterrizaje, la cual fue inaugurada por la presidenta Dina Boluarte. Sin embargo, no funciona, es inútil por observaciones en los vidrios de la nueva torre de control.
Finalmente, desde el concesionario señalaron que se pudo autorizar al menos los vuelos de salida y que todo dependía de Corpac. En conclusión, nadie tenía la culpa. Mientras tanto, miles de personas en el Perú y el mundo pasaron uno de sus peores días al quedarse en los terminales aéreos sin saber cuándo podrían viajar.
Así apreciamos otra característica de la ‘viveza peruana’ que es el ‘tirar dedo’ a otra persona sin asumir responsabilidades. Estas taras de nuestra sociedad solo dejan miles de afectados y una pésima imagen como país al mundo. Esto solo nos muestra que tenemos mucho por mejorar en el aparato estatal.