La economía es el dolor de cabeza de quienes no tienen idea de cómo generar riqueza. Las autoridades que el pueblo elige erradamente carecen de intuición para resolver problemas vinculados con la pobreza y criminalidad. No es necesario títulos académicos para enfrentar situaciones. Basta fortaleza para decidir e intuición (según la RAE, “facultad de comprender las cosas instantáneamente”).
La riqueza proviene de una suma de esfuerzos. El capital, tanto como el trabajo, la inventiva y la disciplina, es fuente de riqueza. El ahorro -palabra inexistente en el vocabulario nacional- es vital durante la temporada de vacas flacas. No es, entonces, necesaria mayor erudición para entender de economía. El Partido Comunista Chino lo sabe bien; sin embargo, nuestros comunistas cholos insisten en un sistema de gobierno corrupto, asesino y fomentador de privilegios, castas y exclusiones.
La historia de la nueva China es simple. Después de Mao Tse Tung, Deng Xiaoping viajaba y distinguía las aldeas prósperas de los pobres. Las primeras con gente saludable y sonriente, viviendo en edificaciones bien cuidadas. Y las otras con personas asustadas y enfermas, en medio de miserias. El nuevo líder chino descubre que los poblados ricos generaban su propia economía al margen de los mandatos del Partido Comunista. Producían más allá de la cuota asignada. Intercambiaban su producción y compartían los talentos individuales. Los buenos profesores e innovadores iban de una aldea a otra. Contrariamente, los poblados pobres y asustados obedecían las órdenes vigiladas por el comisario del partido. China es ahora potencia económica; no obstante, comunista. Sus jóvenes no saben lo que es gritar su sentir a pulmón entero.
Como es natural, la mayor parte de peruanos anhela vivir bien con su propio esfuerzo. El deseo de ser algo más en esta vida gobierna sus almas. La gente sale adelante por iniciativa personal y conforma el 80% de la informalidad económica. Se inventa un trabajo para sobrevivir. No es pedigüeña. Contra este sentir, los comunistas locales, en lugar de alentar ese esfuerzo individual, alientan la dependencia y la vida parasitaria. El resultado es la multiplicación de holgazanes viviendo a costa del Estado.
Las “tomas de Lima” fracasan por carecer de respaldo popular. La mayoría -por esa intuición natural desarrollada libremente- entiende que el trabajo es sinónimo de progreso y bienestar. Pero existe un gran vacío entre ese esfuerzo personal y el compromiso ciudadano. Si la población ansiosa de mejorar y de elevar su posición en la sociedad tuviera escuela, conocimiento, buenos ejemplos y una pequeña dosis de valentía, no permitiría que aventureros e inescrupulosos de la política manejen el país. Perú sería otra China, pero libre