A inicio del mes aniversario de Arequipa, resulta oportuno reflexionar no solo sobre nuestra identidad como ciudad, sino también sobre la responsabilidad política y ética de nuestras autoridades. El reciente pronunciamiento del alcalde provincial de Arequipa, Víctor Hugo Rivera, criticando el discurso presidencial de Dina Boluarte por Fiestas Patrias, ha generado diversas reacciones. Si bien es legítimo que una autoridad exija atención a las regiones y cuestione el centralismo limeño, sorprende el tono altisonante y distante de sus declaraciones. Rivera calificó el mensaje de la presidenta como “carente de autocrítica” y alejado de la realidad nacional. Sin embargo, en su propio entorno, la autocrítica también brilla por su ausencia.
Porque mientras el alcalde apunta con el dedo al Ejecutivo, en la Ciudad Blanca la inseguridad campea, el caos vehicular empeora, no hay obras emblemáticas y el centro histórico se convierte cada noche en tierra de nadie. ¿No sería mejor que el alcalde primero ordene la casa antes de opinar con tanta vehemencia sobre los errores de Palacio de Gobierno?
El gesto de alzar la voz frente al centralismo es simbólicamente correcto, pero pierde fuerza cuando quien lo hace también falla en lo esencial: cumplir con su rol gestor. Arequipa espera menos declaraciones altisonantes y más resultados concretos. ¿Qué hizo el alcalde con los fondos del canon minero y Caja Arequipa? ¿Por qué sigue sin resolverse el problema del transporte? ¿Dónde están las obras que prometió al asumir el cargo?
Esperamos que el 15 de agosto, en su discurso por el Día de Arequipa, el alcalde no caiga en el mismo error que atribuye a la presidenta: hablar mucho, reconocer poco y prometer lo que no puede cumplir. Que ese día no escuchemos solo reproches, frases rimbombantes o ataques misóginos y racistas, sino compromisos claros, cronogramas viables y, sobre todo, un poco de autocrítica. Porque el liderazgo se demuestra con hechos, no con discursos oportunistas.
Arequipa merece más que palabras. Merece coherencia.