Cada día se aleja más la reconexión entre el Estado y la ciudadanía. Empiezo por la precariedad comunicativa; si no fuese por la presión de los medios de comunicación, la señora presidenta, nunca se comunicaría con el periodismo que interpreta, per se, los requerimientos de la población; y no lo haría, aun teniendo el deber de dar cuenta a la ciudadanía de su labor gubernativa.
La condición humana de los peruanos, es cada vez más agobiante; y, a los gobernantes, les interesa menos que un pepino. Durante y después de la pandemia la población peruana vivía a salto de mata, siempre preocupada por su salud. Desde aquella infausta temporada que dejó secuelas imborrables, el ciudadano iba perdiendo credibilidad en aquellos políticos que juraban representarlo.
Esta desconexión entre gobernantes y gobernados, ha creado inconformidad, escepticismo, desesperanza y, hasta indiferencia. Cuando la falta de credibilidad se manifiesta, no es fácil revertirla; no, si además, el abuso del poder, la frivolidad, el despilfarro, la indecencia y la abominable corrupción, se declaran factores de riesgo que podrían perturbar la paciencia de una población que encapsula su efervescencia, pensando, probablemente, que en las elecciones del siguiente año, cambiará, desde las urnas, la vida de todos los peruanos.
En la separación progresiva, de Estado y ciudadanía, percibimos dos mundos totalmente distintos, uno de opulencia, abuso del poder, vanidad, ambición, repartija de ubicaciones laborales, sin una sola partícula de meritocracia y, una población polarizada, sufriente y disconforme que ha desaprobado con justificada razón a los gobernantes, porque ellos han causado una parálisis en el desarrollo integral de los pueblos.
Estos meses que faltan para cambiar el destino del Perú, servirán, seguramente, para que los intocables gobernantes desatiendan ya, oficialmente, los requerimientos del país y se forren por fuera con indumentaria de acero; pero de lo que estamos seguros es que, la conciencia no admite ningún tipo de blindaje, porque, donde quiera que vayan los corruptos, la justicia ha de alcanzarlos.
Las soluciones de los grandes problemas del Perú, demandan inteligencia, serenidad y paciencia; esperar sí, pero, no inactivos, sino, preparándonos, estudiando, investigando, instruyendo a los jóvenes, motivándolos para que sean analíticos y críticos observadores, para que mañana sean los líderes que el Perú necesita. Si de consuelo les sirve, ponderados lectores, hagan suya esta expresión del refranero popular, tantas veces reacuñada: “ no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”