A menos de un año de las elecciones presidenciales de 2026, el panorama político peruano vuelve a teñirse de caos, desconfianza e improvisación. Lo que deberían ser meses de consolidación de propuestas y liderazgos, son más bien una radiografía de la fragilidad de los partidos. Esta semana, las alarmas se encendieron en el partido Progresemos Perú, donde el economista Hernando de Soto ha lanzado serias acusaciones y amenaza con renunciar si no se respetan los acuerdos internos pactados. Las renuncias desde las regiones y las denuncias de infiltraciones oscuras en el partido revelan que ni siquiera la figura del candidato garantiza cohesión partidaria.
De Soto, una figura de peso en el espectro liberal, denuncia que el partido fue invadido por personajes con antecedentes judiciales, y que su imagen ha sido utilizada sin consentimiento ni control. Su discurso, evidencia una crisis estructural: los partidos carecen de institucionalidad y tienen exceso de intereses particulares. El caos en Progresemos es el síntoma de un sistema donde las candidaturas se negocian como mercancía y no se construyen desde la legitimidad ni la base ciudadana.
Del otro lado, Verónika Mendoza renunció a la candidatura presidencial, vendió su retirada como una apuesta estratégica. Frente a lo que califica como una “coalición mafiosa” que controla el aparato político, ha optado por fortalecer desde abajo: las regiones, las bases, el sur. Pero, lo real es que Mendoza no goza de aceptación electoral y ante dos derrotas en las urnas, dio un paso al costado. Nuevo Perú, en un giro potente, ha elegido como candidato a Vicente Alanoca, dirigente aymara. Esta decisión no solo interpela al centralismo limeño, sino que plantea un desafío narrativo y territorial: ¿puede una figura regional competir en el escenario nacional?
Ambos casos, aunque distintos en forma y contenido, revelan una verdad incómoda: las elecciones de 2026 están marcadas más por la crisis de representación que por la ilusión democrática. Mientras algunos se aferran al poder interno de sus partidos, otros optan por la reconstrucción política desde los márgenes. La gran pregunta es si el electorado sabrá distinguir entre la improvisación y la visión a largo plazo. Porque, si algo está claro, es que el Perú necesita mucho más que candidatos: necesita partidos sólidos, liderazgos coherentes y una ciudadanía que no se deje usar cada cinco años.