Caminé apretando el paso bajo una intensa llovizna granadina tratando de no tropezar en mi ruta hacia Charlotte, una joven alemana que, al igual que yo, se revelaba curiosa y expectante por ver un show de tango en vivo. El cartel pegado en la ventana de un bar, visto pocos días atrás, anunciaba la presencia de la afamada bailarina argentina Lida Mantovani, Campeona Metropolitana de Milonga y Vals, y eximia profesora de baile.
En el local, una sede cultural del ayuntamiento, las parejas de baile estaban haciendo lo suyo, unas con cierto glamour y otras con menor ventura. Sin mucho ademán cogimos dos asientos, dispuestos a disfrutar del espectáculo. De repente, Lida nos invitó al centro del salón para incorporarnos al grupo y así comenzar el rito tanguero. No era una exhibición, era el primer día de clase. Con más pena que gloria, este había sido mi primer encuentro cara a cara con el tango que, para Sábato, siempre fue un ´pensamiento triste que se baila’.
Al igual que el baile, la lectura implica cierto grado de concentración y, para ello, aunque el cuerpo no se mueva ostensiblemente, cuando leemos con devota atención, por dentro hay una agitada actividad que nos consume el alma. El tango, cuatro conferencias de Jorge Luis Borges que dictó en 1965 en un departamento del barrio porteño de Constitución, conformó un ciclo de charlas que quedó registrado en unos casetes que, luego de confirmarse su autenticidad, iniciarían un periplo editorial, siempre con la anuencia de María Kodama, permitiendo a toda su legión de lectores continuar degustando las agudezas del escritor.
Los audios, mejorados por alguno de sus más sensibles lectores, ya se encuentran en internet. Sin embargo, leer las disertaciones de Borges le consiente a uno la posibilidad de darle forma a sus inflexiones, conjeturar sus escarceos acompañados de una amplia sonrisa lanzada al cielo y predecir sus abruptos silencios entre confesiones y recuerdos.
Se hizo muy popular la leyenda de la animosidad del autor de Ficciones por el tango. Nada más alejado. Borges no solo se deleitaba con muchas de sus composiciones (tenía una especial debilidad por El choclo), sino que era un estudioso de la evolución del género, además de ser un fabulador que recogía de sus letras y su historia, insumos para construir algunos de sus más memorables cuentos (Historia de Rosendo Juárez, Hombre de la esquina rosada).
Entre sus más subyugantes declaraciones están los referidos al rechazo inicial que soportó el tango por su origen infame (sale de las “casas malas”, como se les llamaba a los burdeles), y por ello, incluso, ante la hostilidad de la mujer para bailarlo, los hombres hacían parejas para hacerlo. «El pueblo no impone el tango a la gente bien», dice Borges, al contrario, «su raíz infame lo desprestigia», hasta que una vez adecentado en París, adonde lo llevaron los patoteros (niños bien, de clase), es aceptado en Buenos Aires. Borges habla de la milonga como simiente del tango. Asevera que el gaucho nunca bailó el tango, aunque la tradición los asocie. Razona la relación entre el compadrito y el guapo, presentes en la literatura y el tango, y reivindica a la mujer, pobre y extranjera, como protagonista de las más acudidas inspiraciones.
Borges también luce su infinita memoria frente a su público embelesado, recitando los versos primigenios que ensalzaron al tango. Evocaciones, digresiones, poemas, historia y la suficiente efervescencia hacen de estas conferencias un elogio a una expresión viva de la argentinidad que, a diferencia de Sábato, Borges no entiende al tango como un pensamiento, sino como una emoción. Una manera ya no infame de ser feliz.