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El Perú según Boluarte, edición Marvel

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En el Perú de Dina Boluarte no hay inflación de precios, sino de cifras. El país marcha con viento en popa, la pobreza se reduce por decreto, el crimen cae sin balas y la inversión minera brota como si los conflictos sociales fueran cuentos de hadas. La presidenta subió al estrado a decirnos que vamos camino al paraíso... aunque a la mayoría le parezca que seguimos empantanados en el mismo infierno.

El PBI creció 3.3 % en 2024, dice. Y para el 2025, se viene otro 3.5 %. ¿Cómo? No se sabe. ¿Gracias a qué políticas? Tampoco. ¿Fuentes? Ninguna. En el país real, las empresas cierran, los empleos se pierden y el dólar nos da más sustos que el Apra resucitado. Pero en el país mágico de Palacio, el crecimiento se anuncia como si fuera resultado de una buena vibra presidencial.

Las reservas internacionales —esas que se mencionan con orgullo— subieron de 71 800 a 87 130 millones de dólares. ¿Quién lo hizo? ¿Cómo lo hicieron? ¿Fue ahorro o deuda? Ni idea. Pero eso sí: aplaudan. Y no pregunten mucho, que da mala suerte. Se olvidó del BCR.

Luego viene la pobreza, esa palabra que ya parece parte del decorado del discurso. Se dice que ha disminuido. ¿Cuánto? ¿Dónde? ¿Con qué evidencia? Nada. La pobreza baja porque lo dice la presidenta, como si bastara con cambiarle el final a la historia desde el atril.

La inversión minera —uno de los platos fuertes del menú oficial— creció de 1500 a 13400 millones de dólares. Una cifra digna de Breaking News, pero sin mapa de conflictos, sin licencias sociales, sin protestas, sin trancas. ¿Qué hicieron con los comuneros? ¿Los convencieron con Power Points? ¿Los invitaron a un cóctel? Silencio. Todo fluye. Como en Suiza.

En seguridad, Boluarte se graduó en hipérboles: 13 000 bandas desarticuladas y 35 000 armas incautadas en un solo año. Eso significa reventar unas 35 bandas por día. ¿Dónde están esas noticias? ¿Dónde los operativos? ¿Dónde los resultados tangibles? Quizá estén en el mismo archivo donde se guardan los discursos de ficción.

Y cuando llegó la parte laboral, el relato se vistió de gala: más de 246 000 empleos formales creados, y una tasa de formalidad que subió 3.1 %. Otra vez: ¿Cómo? ¿Qué medidas? ¿Qué sectores? ¿Hay cifras del Ministerio de Trabajo que lo respalden? Misterio sin resolver.

La presidenta también se colgó medallas ajenas: el aeropuerto Jorge Chávez, el Megapuerto de Chancay, Chavimochic, Majes Siguas. Obras que vienen desde gobiernos anteriores, pero que en este guion aparecen como si ella misma hubiera puesto el primer ladrillo con sus propias manos. Ni una palabra sobre retrasos, adendas, arbitrajes o sobrecostos.

Del combate a la corrupción solo se dijo que el gobierno es honesto. Pero ahí la fe es más necesaria que la razón. Porque si algo ha caracterizado a esta gestión —además de su debilidad política— son los escándalos, las investigaciones, los contratos con aroma a reparto y los silencios incómodos.

En política exterior, el Perú ha “recuperado su imagen democrática”. ¿De veras? ¿Qué parte de los informes de la CIDH no entendió? ¿Las condenas por uso excesivo de la fuerza? ¿Las muertes durante las protestas? ¿Las críticas en la OEA y la ONU? Pareciera que la recuperación democrática es un concepto óptico: se ve distinto desde el balcón presidencial.

Y en educación y salud, lo de siempre: se citan colegios construidos y obras reactivadas. ¿Están funcionando? ¿Hay profesores? ¿Hay médicos? ¿Se entregaron con licitación limpia o con favor político? No se dice. Porque en el Perú de las cifras sin alma, las obras se inauguran antes que se terminen. Y se aplauden antes que sirvan.

Boluarte nos ofreció un país reluciente, pero no creíble. Un país estadístico, pero no palpable. Un país donde la gestión parece estar compuesta más por anuncios que por resultados, y más por ilusión óptica que por reforma estructural.

Y así, entre aplausos oficiales y desconcierto ciudadano, seguimos atrapados entre lo que el poder quiere que veamos y lo que la calle realmente vive. Porque mientras la presidenta colecciona logros en PowerPoint, hay un país que no llega a fin de mes, que no encuentra justicia y que no compra el relato. Ni aunque venga envuelto en cifras doradas.
 

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