La informalidad, la viveza, la pendejada y la ausencia del principio de autoridad siguen siendo parte de nuestra cotidianeidad. El pasado miércoles, un incendio de grandes proporciones asustó a los vecinos de la calle Manuel Muñoz Nájar, justo en el límite entre Miraflores y el Cercado. Lo que parecía un accidente aislado terminó exponiendo una verdad que todos conocemos, pero pocos se atreven a evidenciar y/o enfrentar: vivimos en una ciudad donde las normas se ignoran hasta que la tragedia sucede.
Al parecer, el siniestro se originó en un taller clandestino dedicado a la fabricación de muebles. En efecto, si bien es cierto la zona es comercial (para la venta de muebles), no es una zona industrial (para la elaboración de muebles). Este taller, además de incumplir las normas de seguridad, operaba en condiciones precarias y peligrosas. Las llamas, avivadas por los materiales inflamables almacenados, avanzaron con rapidez hacia una tienda colindante cuya estructura, hecha de drywall, apenas resistió unos minutos antes de ser consumida en su totalidad. La falta de planificación urbana del denominado centro histórico” y la permisividad de las autoridades con este tipo de construcciones ilegales convirtieron un incendio en un riesgo de grandes proporciones.
Afortunadamente, el rápido accionar de los bomberos evitó que la tragedia se expandiera a las tiendas y/o viviendas contiguas. No hubo víctimas que lamentar, pero las pérdidas económicas fueron considerables, y el susto dejó en claro que, en nuestra ciudad, la seguridad muchas veces depende más del azar que de la previsión. No podemos dejar de mencionar un dato inquietante: la cuadra afectada es conocida por la venta de muebles y tiene un grifo cercano. Si el fuego hubiera alcanzado el depósito de combustible, el desenlace habría sido catastrófico. Las autoridades municipales hicieron acto de presencia, solo para confirmar lo que los vecinos llevamos denunciando por años: la tienda afectada no contaba con licencia vigente de Defensa Civil, y su construcción era ilegal. ¿Por qué nadie hizo nada antes? ¿Por qué la fiscalización solo llega cuando se produce una desgracia? ¿Cuántas tiendas más estarán en las mismas condiciones, exponiendo a peligros tanto a vecinos como compradores? La negligencia y la falta de control siguen costándonos caro.
El incendio dejó más preguntas que respuestas. La más importante de todas es si realmente hemos aprendido la lección. ¿Esperaremos a que ocurra una tragedia mayor para exigir cambios? ¿O finalmente asumiremos que la informalidad, lejos de ser un grave problema, es un peligro menor? Mientras sigamos permitiendo que la viveza y la pendejada reemplace el cumplimiento de las normas, nuestra ciudad seguirá siendo escenario de incidentes que, con un poco de prevención y responsabilidad, podrían evitarse.