La crítica constante que he venido expresando en esta columna no nace del capricho ni de la nostalgia por un cargo que ocupé. Surge de una convicción profunda: el servicio público exige transparencia, eficiencia y compromiso con la ciudadanía. Como exgerente de Administración Tributaria de la Municipalidad Provincial de Arequipa, fui testigo directo de lo que se puede lograr cuando se trabaja con metas claras y equipos capacitados.
Superamos récords de recaudación, cumplimos con los incentivos municipales y demostramos que sí se puede gestionar con resultados.
Hoy, desde la mirada ciudadana, observo con preocupación una gestión que ha perdido el rumbo. Las promesas de modernización, seguridad y desarrollo urbano se han diluido en discursos sin ejecución.
No hay obras emblemáticas solo parches con bastante bombos y platillos, la participación vecinal ha sido relegada a un segundo plano. No se trata de opinar por opinar, sino de exigir que se gobierne con visión y responsabilidad.
Criticar no es destruir. Es señalar lo que no funciona para que se corrija. Es recordar que el poder municipal no es un privilegio, sino una responsabilidad.
Y si desde esta columna puedo contribuir a que se retome el camino correcto, seguiré escribiendo con la misma firmeza y esperanza que me llevó, hace más de veinticinco años, a creer en el potencial de nuestra Arequipa como servidor público.
Callar sería ser cómplice de la mediocridad y el retroceso. Arequipa no merece gestiones tibias ni ediles encerrados en el corto plazo y la vanidad política.