En la cordillera que circunda Arequipa, el Misti se alza imponente, el Chachani se muestra firme y el Pichu Pichu permanece en la sombra, casi invisible para muchos. Sin embargo, este volcán, cuya presencia se extiende desde las entrañas más profundas de la historia de la región, no solo es un testigo mudo del paso del tiempo, sino un guardián de la identidad cultural arequipeña, silencioso pero constante.
Pocas personas se detienen a observarlo con la misma admiración con que se contempla al Misti, cuya imagen ha trascendido fronteras como símbolo de la ciudad. Sin embargo, el Pichu Pichu posee una singularidad que lo convierte en un emblema digno de reconocimiento. Su nombre, que en quechua significa montaña pequeña, esconde una carga simbólica que va más allá de su tamaño o su perfil menos imponente: representa el equilibrio que Arequipa siempre ha buscado entre lo moderno y lo tradicional, lo visible y lo invisible, entre el bullicio urbano y la calma del paisaje.
Históricamente, el Pichu Pichu fue considerado un apu o espíritu protector por las comunidades andinas, una deidad venerada que cuidaba la tierra y su gente. La relación entre los pueblos originarios y esta montaña no era solo geográfica; era espiritual, un vínculo profundo con el entorno natural. Las huellas de esta cosmovisión aún permanecen en las tierras que rodean su base y en las historias que se cuentan en los pueblos cercanos, aunque pocas veces se lo mencione.
Hoy, en un contexto donde la globalización y el turismo exigen símbolos grandiosos, el Pichu Pichu se ha quedado atrás. Si bien sigue siendo parte del paisaje, su esencia como símbolo de la ciudad está relegada a un segundo plano. No obstante, su quietud lo convierte en un contrapunto perfecto al Misti, recordando que Arequipa no solo es dinamismo y crecimiento, sino también la serenidad de sus volcanes que han sido testigos de todo, pero que hablan poco. Revalorar al Pichu Pichu es fortalecer una identidad menos ruidosa, aquella que entiende que la cultura no solo se construye con lo visible, sino también con lo que permanece en silencio y en el corazón del valle.