A pocos días del 28 de julio, fecha en que el Perú celebra su independencia, es necesario volver la mirada hacia figuras que, con su vida y su obra, cimentaron el espíritu emancipador. Entre ellas, destaca Mariano Melgar, no solo como mártir de la libertad, sino como símbolo de la identidad cultural que emergía en medio del yugo colonial.
Melgar no fue un militar de carrera ni un político influyente. Fue poeta, intelectual y patriota. Su vida corta apenas 24 años no impidió que dejara una huella indeleble en la historia peruana. Nacido en Arequipa en 1790, abrazó desde joven los ideales de la Ilustración y la libertad, influenciado por los movimientos independentistas que agitaban América Latina y Europa.
Su participación en la batalla de Umachiri en 1815, junto a las fuerzas de Mateo Pumacahua, fue el acto supremo de su compromiso con la causa patriótica. Tras ser capturado, Melgar fue fusilado por las tropas realistas, convirtiéndose en uno de los primeros mártires de la independencia. Su muerte no fue en vano: se transformó en símbolo y en llamado a la acción para generaciones posteriores.
Pero su legado no se limita al campo de batalla. Melgar es el precursor del romanticismo en el Perú y en Hispanoamérica. Sus yaravíes poemas breves inspirados en cantos indígenas— son una fusión poderosa de lo ancestral y lo moderno, de lo íntimo y lo político. En ellos se escucha no solo la voz de un joven enamorado, sino la angustia de un pueblo oprimido que anhela libertad.
Recordar a Melgar en estos días no es un mero ejercicio conmemorativo. Es reconocer que la independencia del Perú no fue solo un acto militar o diplomático, sino también un proceso cultural profundo. En Mariano Melgar encontramos la sensibilidad que humaniza la lucha, el verbo que acompaña al fusil, la belleza que precede a la libertad.
Su figura nos interpela hoy más que nunca: ¿qué significa ser libre? ¿Qué estamos dispuestos a ofrecer por nuestros ideales? Melgar nos enseñó que la poesía también puede ser trinchera, y que el amor por la patria puede escribirse con sangre, pero también con versos eternos.