El pasado domingo 22, el flamante cardenal del Perú, Carlos Castillo Mattasoglio, en su homilía, destacó la trascendencia de la reciente Asamblea Sinodal, que se desarrolló en Roma, con el liderazgo del Papa Francisco. Castillo, con metáforas, dijo que “todos debemos entonar el canto del pueblo y danzar la misma música y al mismo ritmo”.
La designación del arzobispo Carlos Castillo, como Cardenal, ha generado diversas reacciones en los sectores político-partidarios del Perú y, también, dentro de la misma Iglesia. A propósito de hoy, 25 de diciembre -fecha del nacimiento de Jesús redentor y salvador- destaco la reflexión del cardenal Castillo, direccionada a prevenir los peligros que conlleva el hecho de que algunos sectores ingresen al poder político y, en nombre de Dios, cometan barbaridades horrendas, en perjuicio de la colectividad creyente.
Castillo resumió su mensaje revisando episodios históricos acerca del rol de los sumos sacerdotes, fariseos y saduceos, en tiempos de Jesús. Los saduceos se caracterizaban por ser afanosos buscadores del poder terrenal, representantes de la autoridad de los privilegios sacerdotales. El cardenal Castillo, también mencionó a los fariseos, quienes pregonaban lo que no hacían, o sea, personas falsas, hipócritas que interpretaban, a su manera, la ley mosaica.
En esta Navidad 2024, es oportuno tomar en cuenta el cambio que se viene anunciando en la Iglesia Católica, para que no sea una entidad ajena a la solidaridad humana, sino que salga y camine junto con los laicos, para converger en un punto central, que es la atención prioritaria a los más necesitados y humildes. Me agradó mucho cuando dijo que “ ya no debe haber “eminencias” en la Iglesia, mejor hablemos de servidores, interpretando correctamente el mensaje de Cristo que vino al mundo a servir”. Además, Jesús, tiene como fundamento, la humildad, la misericordia, la paz, la justicia y el amor.
La designación del nuevo cardenal del Perú, se interpreta como una necesaria decisión de cambio que demuestra un acercamiento directo a la sociedad peruana que, hoy, se caracteriza por una incontrolable inseguridad ciudadana, donde la vida no vale nada y las supremacías organizadas, se adueñan del poder para seguir cometiendo actos de corrupción. Todos pueden opinar con relación a la misión de la Iglesia y de los gobernantes; sin embargo, que lo haga, sin temores, la máxima autoridad de la Iglesia en el Perú, significa tener coraje para hablar claro.