Francis Drake nació en un pueblito inglés, el año de 1540, cuando Garcí de Carbajal fundaba nuestra queridísima Arequipa. Para los españoles de siempre, Drake fue el pirata más nefasto de la historia, porque abatió decenas de sus navíos, robando sus riquísimos cargamentos de oro y plata, sea en el trayecto marítimo del Callao a Portobelo o desde Panamá hacia Inglaterra.
Paradójicamente, para los ingleses Drake fue el corsario más audaz y valioso de su historia, porque la riqueza arrebatada a los españoles permitió a su reina Isabel I, superar los difíciles trances financieros que vivía Inglaterra, reponiéndola como la primera potencia del mundo. Y Drake terminó siendo Caballero y vicealmirante de la armada inglesa.
A 550 años de tales pillerías, el monto del oro robado por Drake carece de números claros, pero los historiadores refieren que fueron muchas decenas de toneladas. Y las minas peruanas contribuyeron por lo menos con un tercio de tanta riqueza.
Ayer, Drake hurtó parte importante del oro a los españoles y reflotó a la primera potencia del mundo de entonces. Hoy, entre enero y junio de 2024, Perú exportó oro legal por un valor de 6667 millones de dólares, lo cual representa un incremento del 32.2 % del exportado en similares meses, el año 2023. Ello nos permite predecir que este año las exportaciones de oro legal superarán los 13 mil millones de dólares, un récord absoluto en nuestra historia, aunque ignoramos si entre españoles y Drake se llevaron más oro en solo un año.
Pero el tema quedaría inconcluso, gravemente inconcluso, si no mencionamos el motivo principal de esta columna. Gritar a los 4 vientos, que el submundo de los mineros ilegales exporta oro equivalente al 44 % del oro que se extrae legalmente.
Algunas entidades refieren incluso que el monto de oro ilegal que sale por Bolivia y Ecuador, principalmente, llegaría este año a los 6 mil millones de dólares. El gremio de esos delincuentes, a quienes en el Congreso de la República y el Ejecutivo se denomina, “mineros ilegales”, les interesa fortalecer su ilegalidad porque con tanto oro viven como dioses terrenales, protegidos por todo tipo de autoridades y un larguísimo etcétera. Y ello representa un gravísimo atentado contra la institucionalidad y una puerta abierta al terrorismo urbano, a la anarquía social y a la pérdida de los escasos valores que aún sostienen la Nación.