La reciente visita del presidente electo de Venezuela, Edmundo González Urrutia, a Lima, marca un punto de inflexión en la lucha por la democracia en su país. Sus declaraciones en el Palacio de Gobierno, junto a la presidenta Dina Boluarte, reflejan el sentir de una nación que, tras años de sacrificio y resistencia, ha logrado consolidar una determinación colectiva en favor del cambio. Su llamado a la comunidad internacional no es solo una petición de respaldo, sino una advertencia: Venezuela ha hablado “alto y claro” en las urnas el 28 de julio de 2024, y su voluntad no puede ser ignorada ni postergada.
Sin embargo, el reconocimiento internacional de González Urrutia como legítimo presidente electo, contrasta con la compleja realidad interna de un país que aún enfrenta las barreras impuestas por el régimen de Nicolás Maduro. A pesar de que el proceso electoral no fue ni libre ni justo, la participación masiva de los venezolanos reafirma el mandato popular que exige la restitución de las libertades democráticas. Como él mismo destacó al recibir la Orden El Sol del Perú, Venezuela ya no es una sociedad fragmentada, sino una nación unida por un deseo irrenunciable de paz, libertad y democracia.
En este escenario, la comunidad internacional enfrenta un desafío: respaldar de manera efectiva la transición democrática venezolana porque Maduro no dejará el cargo. Por eso, no se trata de dar declaraciones simbólicas, sino de una acción concreta que la unión de países podría lograr para que el respeto al voto de los venezolanos se haga realidad. La historia ha demostrado que los regímenes autoritarios rara vez ceden sin presión externa, y en esta hora decisiva, como dijo González Urrutia, es crucial que el mundo democrático se mantenga firme en la defensa del mandato soberano de Venezuela.
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