Era un 7 de diciembre del 2022 cuando los peruanos tuvimos una de las mañanas más convulsionadas de nuestra historia. En las pantallas de televisión, el entonces mandatario, Pedro Castillo, anunciaba el cierre del Congreso y la intervención en las principales instituciones del Estado. Lo trascendental de su decisión contrastaba con la intranquilidad reflejada en sus manos temblorosas.
Lo que vino después fue propio de la crisis política que vive nuestro país cada cierto tiempo. El Legislativo declaró la vacancia presidencial y a Castillo Terrones no le quedó otra que retirarse de Palacio de Gobierno buscando refugio en la embajada mexicana. Su objetivo no se cumplió pues fue apresado en el camino. La acusación fue por el golpe de Estado gestado desde su despacho.
Posteriormente, se convocó a la única vicepresidenta del defenestrado presidente. Dina Boluarte, vestida de un amarillo muy llamativo, llegó al parlamento y asumió la presidencia de la república. De esta forma, una mujer tomó las riendas del país de manera permanente por primera vez en su historia.
Aunque había esperanzas en lo que podría lograr Dina Boluarte Zegarra, lo cierto es que las esperanzas se desdibujaron conforme avanzaron los meses. Primero fueron las muertes en las protestas de diciembre del 2022 y enero del 2023. Hasta ahora no se determinan responsabilidades y la mandataria sigue siendo investigada.
A esta situación se suma el caso Rolex y, hace poco, los ‘retoques’ estéticos de la jefa de Estado. Casi nada, pero que, a la vez, constituye el elemento preocupante que hemos aguantado durante los últimos dos años. Aún nos queda poco más de año y medio que parece más preocupante de lo normal
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