No recuerdo el nombre de la película, pero hay una –la vi muchas veces y nunca desde el principio–, donde al personaje de Jake Gyllenhaal se le muere la esposa. Un accidente en coche le arrebata la vida de su mujer y, desde ese momento, él se desconecta emocionalmente de todo; no divaga, pero huye; no se ensimisma, pero se enajena; y lo frugal se vuelve desconcierto. En algún tiempo yo fui él queriendo destruir la casa que los habitó, porque ellos no vivían en ella, la casa habitó dentro de ellos, por eso él quiere destruirla, acabarla, porque entiende que nada de lo que ella alberga tendrá la gracia de traerla de vuelta. Las cosas, allí, estáticas, solo prolongaban una muerte que merodeaba en cada habitación.
Al final no pude destruir nada. No tuve las agallas para hacerlo, o la suficiente desesperación para intentarlo. E hice todo lo contrario, no sé por qué, o tal vez sí. Alejé a las ollas del polvo, alisé las repisas de la cocina, pulí el fregadero, di lustre al horno, mantuve acrisolado tu espacio. “Acrisolado”, vaya. Disculpa la vana presuntuosidad.
Me zurré en lo que decía mi horóscopo. Me rebelé contra los astros. “Cáncer: deja que los inenarrables trances de la tristeza se los lleve el caudal de las cosas inacabadas, no agites la marea, y cambia ese croissant de la mañana por una tostada con aceite de oliva”.
¿Inenarrables trances de la tristeza?, ¿caudal de cosas inacabadas?, ¿croisssant de la mañana?, ¿pueden hacer estas cosas los horóscopos?, ¿mezclar penas con el desayuno?, ¿aconsejar meriendas mientras a uno le carcome el desconsuelo? Estoy seguro que tú corres mejor suerte con tus estrellas de todas las mañanas: “Hoy es tiempo para nuevos romances, acepta ese trabajo con mejor salario y arriesga en ese planeado viaje hace mucho tiempo.” Aries, lomo plateado, lleno de energía e impulsivo, fuego, guerrero. ¡Ay Aries!, cada mañana te preparabas para la guerra, mientras Cáncer te preparaba tu jugo verde en el desayuno y tus pasteles con manjar blanco.
Así fue el drama: te fuiste, te llevaste las maletas con las quimeras, y me dejaste el martillo para romper el vidrio en caso de emergencias: la de la orfandad y el desahucio. Voy a vender todas las cosas del departamento y cuando todo esto se concrete voy a depositar tu parte a tu cuenta.
Mi día lo dedico a lidiar con la cerril burocracia: sellos, tasas, legalizaciones, formularios y pagos en ventanilla. Hay que refundar el país, está lleno de gaznápiros y desmañados. ¡Estás rodeado de idiotas!, me dijiste alguna vez, pues ahora yo los rodeo para conseguir de ellos permisos, autorizaciones y récords de buena y no tan buena conducta.
Hoy es el diazepan es el que me lleva a la cama, cuando antes tu brazo mágico en mi hombro era el que me arrojaba al sueño, y toda la vida a tu lado fue sueño, pero los sueños, sueños son ¿Verdad Calderón? Sigue leyendo, en tu nombre y el mío, en tu recuerdo y el mío. Y como dice Savater desconfía de las plazas o de la forma de vida que aún no han merecido un poema.
Voy a extrañarte tanto. Y es el día uno.