La gestión del alcalde de Arequipa ha quedado nuevamente en entredicho esta semana tras el estallido de una huelga de trabajadores municipales, motivada por el incumplimiento del convenio de negociación colectiva. Esta situación no solo evidencia una preocupante falta de voluntad política para atender las legítimas demandas laborales, sino también una peligrosa desconexión con la realidad que viven cientos de trabajadores que sostienen el funcionamiento cotidiano de la ciudad.
Lejos de ofrecer canales efectivos de diálogo o mostrar liderazgo para resolver el conflicto, el alcalde ha optado por la evasión y el silencio, agravando el clima de tensión. ¿Dónde está el compromiso que prometió durante la campaña electoral? El desdén ante compromisos firmados no solo vulnera derechos laborales conquistados legítimamente, sino que atenta contra la confianza ciudadana en sus instituciones.
Mientras las calles de la ciudad aún evidencian el impacto de la paralización de servicios, el alcalde ha preferido mirar a otro lado, culpando a factores externos y evitando asumir su responsabilidad directa en la crisis. Este tipo de gestión, desentendida del diálogo y la justicia laboral, revela una preocupante falta de capacidad para conducir los asuntos públicos con la seriedad y el respeto que la ciudadanía exige.
Los trabajadores no están pidiendo privilegios, están exigiendo lo acordado. Y la ciudadanía no necesita excusas, sino autoridades que respondan con firmeza, legalidad y respeto. La indiferencia del alcalde frente a esta huelga no solo afecta a los servidores municipales, sino que daña la confianza ciudadana en una administración que prometió diálogo y resultados, pero que hasta ahora solo ha mostrado indiferencia y desinterés.
El alcalde de Arequipa debe recordar que liderar no es esconderse ante los conflictos, sino enfrentarlos con responsabilidad, transparencia y justicia. En una ciudad que históricamente ha sido símbolo de lucha y civismo, la indiferencia no tiene cabida.