Cuando se habla de soberanía, no basta con señalar mapas: hay que mirar a las personas. La Isla Santa Rosa, ubicada en la confluencia del río Amazonas con Brasil y Colombia, no es un “territorio en disputa” ni un punto indefinido. Es Perú. Y no lo es solo por los registros oficiales o los tratados internacionales, sino por su gente, por su historia y por cada bandera que flamea en sus viviendas, como símbolo vivo de pertenencia nacional.
La reciente declaración del presidente colombiano Gustavo Petro, que pone en entredicho la soberanía peruana sobre esta isla amazónica, no solo reabre un innecesario debate diplomático, sino que también desconoce la realidad de casi 3000 peruanos que habitan, trabajan y conviven en Santa Rosa. Son ellos quienes —pese al olvido estatal, las distancias y la precariedad— sostienen la peruanidad en esta frontera natural. Defender su identidad es defender nuestra integridad nacional, sin necesidad de confrontación, pero sí con firmeza.
Santa Rosa es ejemplo de integración fronteriza. Comerciantes cruzan a diario hacia Tabatinga y Leticia; se hablan tres monedas y conviven tres culturas. Pero también es un espejo del abandono: 15 horas de ferry desde Iquitos, precios encarecidos, falta de agua potable, salud y educación deficientes. ¿No debería la prioridad del Estado ser reforzar su presencia en vez de reaccionar solo cuando se cuestiona la frontera?
El Perú no necesita gritar para hacerse respetar. La diplomacia bien entendida no cede soberanía, pero tampoco responde con agresividad. Hoy más que nunca debemos reafirmar que Santa Rosa es, fue y será territorio peruano. Pero, para que eso sea una verdad indiscutible, también debe sentirse así en cada servicio, en cada política pública y en cada acción estatal. Defender Santa Rosa es defender al Perú… con hechos, no solo con palabras.