Opinión

Dando pena en el otoño de la vida

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Como es previsible y natural, la población envejece. Según estadísticas, aumentan las personas mayores. Los viejitos son cada vez más. Los cuidados médicos, la alimentación y estilos de vida hacen que la edad de vida sea mayor. Negarlo es desconocer la realidad. Sin embargo, a pesar de las malas experiencias, se insiste abandonando la seguridad de los jubilados. En la comisión de Economía del Congreso de la República se aprobó una nueva entrega de fondos de jubilación privada.

Es cierto, el sistema privado de pensiones debe ser mejorado, ampliando el acceso a más personas y nuevos operadores de distintos tipos (privados, público-privados). Diría sindicatos como en Alemania que entregan a sus exagremiados pensiones en cualquier parte del mundo. Pero imagínese usted si entregáramos esos fondos a los sindicatos peruanos manejados políticamente.

La mayoría no entiende la naturaleza del sistema de pensiones. No es ahorro a libre disposición, sino fondos necesarios para cuando la persona se jubile, para cuando no tenga ingresos económicos. Lamentablemente, solo un reducido grupo de peruanos accede a pensiones, sea pública o privada. El 80% de los trabajadores informales carecen de pensión, seguridad médica, 14 sueldos al año, gratificaciones en Fiestas Patrias y Navidad. Durante la pandemia los empleados estatales recibieron otros beneficios y gollorías. Les entregaron en sus domicilios kits completos de guantes, alcohol y mascarillas. Martín Vizcarra, para congraciarse con el sector público, aprobó tales entregas. ¿Por qué, entonces, tanta alharaca contra el sistema privado de pensiones? 

Las Asociaciones de Fondos de Pensiones (AFP) sirven para administrar esos previsionales y movilizar la economía nacional. Invierten en proyectos de desarrollo de gran magnitud. Con la “plusvalía” de esas inversiones cobran comisiones para hacer operativas sus actividades y pagan las pensiones a los viejitos. Si la mayoría aportara esas comisiones serían menores. Con las primeras experiencias de las cajas de pensiones norteamericanas y europeas, el sistema se consolidó y hoy los viejitos del primer mundo, obreros o no, viajan por el mundo.

Una vez más la vena comunista se exhibe: quieren pobreza para dominar. Porque aquí prevalece lo inmediato y por simple populismo, por quedar supuestamente bien con los viejitos, destruyen la seguridad para el otoño de la vida. El despilfarro en lugar del ahorro. Además, gran parte de la población vive hipotecada a las ofertas del sistema financiero. La casa propia, los cuidados médicos y el previsional para la vejez pueden esperar. En esa espera llega ese otoño de la vida y vuelve a la mayoría en uno más en esa inmensa cola de viejitos que reclama al Estado que se apiade de ellos. ¿O no?

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