La cocina, más allá de ser un espacio para preparar alimentos, es un elemento clave en la evolución humana. La neurociencia revela que cocinar fue fundamental para el desarrollo de nuestro cerebro y habilidades cognitivas únicas.
Nuestro cerebro, aunque solo representa el 2 % de nuestra masa corporal, consume el 25 % de nuestra energía diaria. Esta enorme demanda energética sustenta funciones como la memoria, la atención y la creatividad. Lo que hace especial a nuestro cerebro no es su tamaño, sino su cantidad de neuronas: 86 mil millones, con 16 mil millones en la corteza cerebral, responsable del pensamiento consciente.
La neurocientífica Suzana Herculano-Houzel y sus investigaciones respaldan la teoría del primatólogo Richard Wrangham: cocinar fue el punto de inflexión en nuestra evolución. Los alimentos crudos no proporcionaban suficiente energía para mantener un cerebro grande. Cocinar predigiere los alimentos, facilitando su masticación y digestión, lo que libera más energía en menos tiempo.
Cocinar no solo nos dio energía; también impulsó nuestra evolución cognitiva y social. Al reducir el tiempo dedicado a la alimentación, nuestros ancestros tuvieron más oportunidades para pensar, comunicarse y crear herramientas. Además, compartir alimentos alrededor del fuego fortaleció los lazos sociales y facilitó la transmisión de conocimientos.
Cocinar es más que una actividad cotidiana; es el legado que nos hizo humanos. Nos proporcionó la energía necesaria para desarrollar un cerebro complejo y nos permitió evolucionar cognitiva y socialmente. Así que, la próxima vez que estés en la cocina, recuerda que estás participando en una tradición milenaria que nos distingue como especie.