El centro histórico de Arequipa, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad, se ha convertido en un espacio abandonado por las autoridades municipales a partir de las 9 de la noche. Lo que debería ser una zona segura, limpia y ordenada para el disfrute de vecinos, turistas y comerciantes formales, se transforma, con la caída del sol, en una verdadera tierra de nadie. La gestión del alcalde provincial, Víctor Hugo Rivera, parece haberle dado la espalda a esta realidad que crece y se agrava día tras día.
Basta con recorrer el centro después de las 9 de la noche para encontrarse con una escena lamentable: ambulantes tomando las calles sin control, personas en evidente estado de ebriedad usando veredas y esquinas como baños públicos, montículos de basura acumulándose en cada esquina y, como si no fuera suficiente, los fines de semana se suman grupos de jóvenes consumiendo alcohol en la vía pública, al ritmo de música estridente que sale de los “restaurantes”, con bandas en vivo que además generan, contaminación sonora e inseguridad.
¿Dónde está la autoridad municipal? ¿Dónde están los operativos de fiscalización, serenazgo, limpieza y control del comercio ambulatorio? El alcalde ha prometido orden, pero en los hechos su gestión ha demostrado una desconexión total con lo que sucede en el corazón mismo de la ciudad. Mientras él organiza eventos y da discursos, el centro patrimonial se degrada.
Urge una propuesta seria: implementar un plan integral de recuperación del centro histórico nocturno, que incluya patrullaje permanente de Serenazgo y Policía Municipal, reubicación y control estricto del comercio ambulatorio, campañas de sensibilización ciudadana, horarios de carga y descarga regulados y zonas específicas para el esparcimiento juvenil, con vigilancia y servicios básicos. Además, debe establecerse una ordenanza que sancione el consumo y la venta de alcohol en la vía pública.
Arequipa merece un centro histórico vivo y seguro, no un espacio dominado por el desorden y el abandono. La municipalidad provincial tiene la obligación de actuar ya, antes de que la ciudad pierda lo que con tanto orgullo aún presume.