Por más de cuatro siglos, Arequipa ha sido una tierra de tradiciones arraigadas, de historia vibrante y de una identidad que se defiende con pasión. Hoy, con el inicio oficial de sus fiestas, la ciudad blanca vuelve a vestirse de gala, y no solo para conmemorar su aniversario, sino para reafirmar el alma cultural que la define.
El arranque de estas celebraciones con pasacalles, danzas típicas, festivales gastronómicos y exposiciones artísticas no es solo un espectáculo. Es, ante todo, un acto de reafirmación. Cada música que suena en las plazas, cada picantería que revive las recetas de antaño, cada joven que baila un yaraví o un wititi, demuestra que la cultura arequipeña sigue viva pese a los retos de la modernidad.
Con el paso del tiempo, muchas tradiciones corren el riesgo de diluirse. La globalización, el consumismo y la desconexión con lo ancestral amenazan con erosionar lo que hace única a esta tierra. Por eso, las fiestas no deben limitarse a una semana de júbilo: deben ser un llamado a conservar, enseñar y proyectar nuestra identidad. La cultura no se hereda sola: hay que cultivarla con dedicación, memoria y participación activa de todos los sectores, incluidos los colegios, universidades, medios y gobiernos locales.
Es alentador ver cómo las nuevas generaciones se involucran más, desde el arte urbano con símbolos andinos hasta colectivos que revaloran el idioma quechua. También surgen iniciativas ciudadanas que apuestan por la recuperación del centro histórico, el fortalecimiento del turismo responsable y la promoción de expresiones artísticas locales. Esa es la Arequipa que emociona: la que no teme mirar atrás para construir hacia adelante, integrando lo tradicional con lo contemporáneo, sin perder su esencia ni su dignidad cultural.
Hoy, la ciudad celebra con orgullo, con banderas rojiblancas ondeando al viento del Misti. Pero más allá de las luces y la música, estas fiestas deben recordarnos que la cultura no es una postal para turistas, sino un legado vivo que merece cuidado, impulso y respeto. También exige inversión, educación y voluntad política sostenida.