El reinicio de labores por parte de los trabajadores del Sindicato de Obreros de la Municipalidad de Arequipa (SOMA), tras llegar a un acuerdo con la municipalidad, es una noticia necesaria, pero no suficiente. Se pactó el pago de un bono S/2000 por conceptos de movilidad y refrigerio. Desde la noche del 8 de julio, limpieza pública, parques y jardines, y seguridad ciudadana retoman sus funciones. Pero la pregunta incómoda permanece: ¿por qué esta ciudad espera que otros la mantengan limpia mientras buena parte de su población la ensucia sin vergüenza?
Durante los días 7 y 8 de julio, Arequipa fue testigo de calles invadidas por bolsas de basura y residuos dispersos. Lo que debió ser una protesta para exigir condiciones justas terminó revelando otra verdad: vivimos en una ciudad donde muchos ciudadanos no respetan el espacio común. Se exige limpieza, pero no se paga arbitrios. Se exige atención, pero no hay empatía.
Más que cuestionar el paro, habría que mirar al fondo: ¿cómo es que hemos normalizado una ciudadanía que no coopera, que contamina sin culpa, no se siente parte del problema ni de su solución?
El acuerdo con los trabajadores es un avance. Pero hay que reconocer que esta crisis no se resolvió con rapidez. Faltó capacidad de diálogo, tuvieron que salir a protestar para que se reconozca sus derechos básicos.
Arequipa no se limpia sola. Tampoco se ordena sola. Los servicios públicos funcionan si todos colaboramos: autoridades que actúen con responsabilidad y ciudadanos que respeten su ciudad.
Valorar al trabajador municipal no es un gesto de buena voluntad, es una obligación moral y cívica. Porque limpiar Arequipa no es un favor, es un derecho que empieza con respeto.