Arequipa conmemora un nuevo aniversario en medio de retos complejos y oportunidades históricas. Esta ciudad, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por su centro histórico, se ha forjado con una identidad sólida que combina orgullo regional, herencia colonial y vocación de liderazgo. Celebrar su historia no implica idealizarla, sino reflexionar sobre cómo su pasado puede inspirar un futuro más próspero.
Conocida como la Ciudad Blanca, Arequipa ha sido escenario de movimientos políticos, cuna de intelectuales y motor económico del sur peruano. Sin embargo, esa reputación se sostiene en un equilibrio frágil: crecimiento urbano desigual, tensiones ambientales y desafíos de gobernanza local. Un aniversario es más que fuegos artificiales y desfiles; es una oportunidad para evaluar si las decisiones actuales honran la herencia que tanto se defiende.
En la última década, el desarrollo inmobiliario cambió el rostro de Arequipa, pero no siempre para bien. La pérdida de áreas verdes, la congestión vehicular y la falta de planificación amenazan el equilibrio entre modernidad y patrimonio.
El carácter arequipeño, forjado en la defensa de su autonomía y en una cultura de debate, debe volver a ocupar un lugar central. No basta con recordar las gestas históricas, se requiere una ciudadanía activa que exija transparencia, planeamiento y visión de largo plazo. La fuerza de Arequipa no radica solo en su economía o turismo, sino en la capacidad de sus habitantes para articular consensos y defender el bien común.
Arequipa merece que su historia inspire decisiones audaces y responsables. El mejor homenaje no está en discursos protocolares, sino en políticas coherentes y en una ciudadanía que vigile y participe. Solo así, la Ciudad Blanca podrá celebrar no solo lo que ha sido, sino también lo que está destinada a ser.