La decisión de la Corte Suprema de declarar ilegal al partido de Antauro Humala traza un límite crucial en la defensa del sistema democrático peruano.
Con este fallo, no solo se impiden sus aspiraciones presidenciales, sino que se envía un mensaje sobre los valores que el Estado está dispuesto a proteger. Bajo el liderazgo de Humala, A.N.T.A.U.R.O. ha impulsado ideas divisivas y contrarias a derechos fundamentales, atacando a minorías y promoviendo un discurso excluyente que resulta incompatible con una democracia inclusiva.
Humala, conocido por su estilo desafiante, ha respondido acusando a la “ultraderecha” y a los jueces de conspirar en su contra, en un intento por victimizarse y restar importancia a las razones de la sentencia.
La Fiscalía argumentó que el partido promovía violencia y discriminación, aspectos que cualquier aspirante a la presidencia debería evitar en un país que ha avanzado en derechos humanos. Aceptar su narrativa sería ignorar los peligros de normalizar discursos que, lejos de unificar, fragmentan y polarizan a la sociedad.
Este caso debería ser una advertencia para los ciudadanos: el liderazgo va más allá de encender pasiones o canalizar descontento. Humala insiste en su candidatura, pero sus posturas extremistas revelan el riesgo de una mayor polarización.
En tiempos de crisis social, corresponde a los peruanos reflexionar sobre qué tipo de liderazgo conviene para un país que necesita no solo cambio, sino también respeto a los principios democráticos que aseguran la paz y la convivencia.