Arequipa cumple 485 años y, más allá de las serenatas y los desfiles, esta fecha invita a pensar en lo que la Ciudad Blanca significa para el Perú. No se trata solo de su centro histórico declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, ni de sus volcanes que vigilan en silencio. Arequipa es, sobre todo, un símbolo de identidad fuerte, de una personalidad colectiva que ha sabido sostenerse frente a los embates de la globalización y del centralismo limeño.
La arequipeñidad no es un cliché folclórico, sino una forma de entender el mundo. Es la defensa del acento y la picardía en el habla, la obstinación en mantener recetas centenarias en sus picanterías, la persistencia en celebrar costumbres con un sabor propio. Esa identidad, forjada en siglos de mestizaje y resistencia, ha permitido que Arequipa dialogue con el mundo sin perder su voz auténtica y firme. En tiempos en que muchas ciudades parecen réplicas sin alma, su carácter único es un capital cultural invaluable para el país.
En el contexto global, donde la homogeneización cultural amenaza con borrar matices, Arequipa demuestra que es posible insertarse en redes de comercio, turismo y tecnología sin diluir las raíces. La globalización no tiene que ser sinónimo de pérdida; puede ser también una vitrina para mostrar al mundo un patrimonio vivo. La clave está en entender que la cultura no es un adorno para las postales, sino una columna vertebral del desarrollo.
Por eso, el aniversario no debería quedarse en fuegos artificiales. Es una oportunidad para reforzar políticas de preservación patrimonial, incentivar la enseñanza de la historia local en las escuelas y proyectar la marca cultural de Arequipa como un motor económico poderoso. El reto es grande: competir con la cultura de consumo rápido sin caer en el folclore superficial.
Arequipa, con su espíritu rebelde y su orgullo inquebrantable, nos recuerda que el Perú es un mosaico de identidades. En sus 485 años, la lección sigue vigente: la verdadera modernidad no consiste en parecernos a todos, sino en ser plenamente nosotros mismos. Y en eso, Arequipa tiene mucho que enseñar siempre.
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