Mientras el nombre de Al Capone quedó grabado en la historia criminal de Estados Unidos, su hijo único, Albert Francis Capone —conocido como Sonny— eligió un camino opuesto: el del silencio y la invisibilidad. Nacido bajo la sombra del mafioso más temido de Chicago, Sonny pasó gran parte de su vida tratando de ser un hombre común, lejos del poder, la violencia y la leyenda que rodearon a su padre.
Desde niño, su destino estuvo marcado por la sobreprotección y el miedo. Diagnosticado con problemas de audición, creció al margen de los secretos del clan Capone, una barrera que, con el tiempo, se convirtió en su salvación. Mientras la organización criminal se desmoronaba bajo la presión de las autoridades, Sonny asistía a colegios bajo identidades falsas y aprendía a vivir entre dos mundos: el heredero de un apellido maldito y el joven que buscaba desaparecer.
Contrario a los rumores que lo señalaban como sucesor natural del imperio clandestino, Sonny nunca asumió un rol en la mafia. Por el contrario, trabajó como mecánico, vendedor y agente inmobiliario, e incluso solicitó cambiar legalmente su apellido, una petición que fue rechazada. “Llamarse Capone es perder la libertad”, llegó a declarar, consciente de que su nombre cerraba más puertas de las que abría.
La caída final de Al Capone, consumido por la sífilis y la demencia, selló definitivamente el distanciamiento con el pasado. El temido capo murió aislado y sin poder, en un funeral discreto que contrastó con la violencia de su legado. Sonny y su madre, Mae Capone, optaron por cerrar esa etapa y vivir con modestia, desmintiendo los mitos sobre una supuesta fortuna heredada.
Albert Francis Capone murió en 2004, a los 85 años, lejos de los reflectores y sin escándalos. Sus descendientes jamás llevaron el apellido Capone y la familia se dispersó bajo nuevos nombres. Así, el hijo del mafioso más famoso del siglo XX pagó el precio de la invisibilidad para escapar de una herencia que nunca quiso: la del crimen convertido en destino.
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