El Movimiento al Socialismo (MAS), fuerza que gobernó Bolivia por casi veinte años, oficializó la expulsión de Luis Arce de sus filas, marcando el final de una era política. La decisión fue anunciada en conferencia de prensa por Grover García, presidente del partido, quien atribuyó la medida a “malos resultados electorales” y denuncias sin resolver de corrupción.
De acuerdo con la dirigencia, la resolución implica la pérdida total de confianza hacia Arce y la ruptura formal entre el MAS y quien fue su máxima figura institucional. “Hemos solicitado con varias notas que pueda regularizar esos desvíos y nunca regularizó hasta esta fecha y cabe informar por qué esos aportes nunca llegaron a las arcas del MAS”, sostuvo García.
El oficialismo acusa al mandatario saliente de haber redireccionado fondos provenientes de contribuciones obligatorias de funcionarios públicos. “Rechazamos eso de forma contundente y por eso pedimos que el Ministerio Público pueda esclarecer las diferentes denuncias que se han presentado”, indicó el dirigente. Estas tensiones, sumadas al colapso electoral, precipitaron una crisis sin precedentes dentro del partido.
El distanciamiento entre Arce y Evo Morales, su antiguo aliado y líder histórico del MAS, profundizó la división interna. Durante la última campaña, García afirmó que “se ha visto una traición en pleno proceso electoral” y responsabilizó al presidente de maniobras que afectaron la candidatura oficialista. El resultado —apenas 3.17 % de los votos— selló la caída del movimiento que por décadas dominó el escenario político boliviano.
Con Rodrigo Paz Pereira como nuevo mandatario electo, el país inicia una transición que reconfigura su mapa político. La expulsión de Arce simboliza no solo la ruptura definitiva del MAS, sino el fin de un ciclo que transformó Bolivia y deja abiertas incógnitas sobre el futuro de la izquierda en la región.
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