La Administración del presidente Donald Trump autorizó el despliegue del Grupo de Ataque de Portaviones Gerald R. Ford en el área de responsabilidad del Comando Sur. La operación, justificada como parte de la lucha contra el narcotráfico, incluye acciones militares en aguas internacionales del Pacífico y el Caribe, que han despertado alarma entre países de la región por su carácter intimidante.
Según el Pentágono, el despliegue busca reforzar “la capacidad de EE.UU. para detectar, monitorear y desmantelar actores y actividades ilícitas que comprometan la seguridad y la prosperidad del territorio estadounidense”. Sin embargo, analistas internacionales advierten que el movimiento refuerza la presencia militar estadounidense en una zona geoestratégica y eleva las tensiones regionales.
El USS Gerald R. Ford, considerado “la plataforma de combate más capaz, adaptable y letal del mundo”, es el buque de guerra más grande jamás construido por EE.UU. Con un desplazamiento de más de 100 000 toneladas y 334 metros de eslora, aloja a 4.600 tripulantes y reemplaza gradualmente a los portaviones de la clase Nimitz. Su costo supera los 13 000 millones de dólares.
La nave de propulsión nuclear cuenta con el sistema electromagnético de lanzamiento de aeronaves (EMALS), una innovación que le permite lanzar aviones con mayor velocidad, armamento y alcance. Su flota incluye Super Hornets F/A-18, Growlers EA-18G, helicópteros, E-2 Hawkeye y C-2 Greyhound, lo que refuerza su capacidad ofensiva y táctica en cualquier escenario.
Con base en Norfolk, Virginia, el Gerald R. Ford realizó su primera misión internacional en 2022 junto a aliados de la OTAN. Su presencia en el Caribe refuerza la proyección de poder estadounidense y reaviva el debate sobre la militarización de la región bajo el discurso del combate al crimen transnacional.