“Cuba se dirige al desastre”, advirtió The Economist, una frase que resume la grave situación que enfrenta la isla y explica su urgencia por sostener a su último aliado firme: Venezuela. Desde hace dos décadas, el régimen de La Habana penetró todos los niveles del chavismo, desde la inteligencia militar hasta la estructura administrativa, un control que comenzó con la alianza entre Fidel Castro y Hugo Chávez.
Esa intervención prolongada generó un clima de desconfianza absoluta dentro de las Fuerzas Armadas venezolanas. Coroneles y generales temen comunicarse entre sí por el riesgo de ser vigilados por agentes cubanos, una dinámica que debilitó la capacidad de respuesta ante amenazas externas. A este quiebre se suma la división interna provocada por el Cartel de los Soles, cuyos nexos con el narcotráfico fracturaron aún más a los mandos militares y dejaron expuesta la fragilidad del régimen.
La alianza se gestó desde 1994, cuando Castro vio en Chávez una oportunidad histórica para asegurar el futuro económico de Cuba tras la caída de la Unión Soviética. Con la llegada del líder venezolano al poder en 1999, La Habana obtuvo petróleo, dólares y un flujo financiero que sostuvo su economía durante dos décadas. A cambio, Cuba enseñó a Chávez —y luego a Maduro— mecanismos para perpetuarse en el poder, infiltrando agentes en todas las áreas estratégicas del Estado venezolano.
Hoy, con Estados Unidos aumentando la presión militar en el Caribe y con Maduro enviando propuestas desesperadas a Washington para negociar su salida o una transición controlada, Cuba se mantiene como su único aliado activo. Sin apoyo efectivo de Rusia, China o Irán —todos sumidos en sus propios conflictos y limitaciones—, el régimen cubano continúa orientando al chavismo para resistir, consciente de que una caída en Caracas podría acelerar también su propio colapso.
La crisis interna de Cuba convierte esta alianza en un asunto de supervivencia. Con cerca del 90 % de la población en pobreza, apagones diarios, escasez de alimentos y medicamentos, y un turismo prácticamente inexistente, La Habana depende de mantener a Maduro en el poder para asegurar cualquier remanente de recursos. Para el régimen cubano, sostener al mandatario venezolano no es solo estrategia geopolítica: es la última tabla de salvación para evitar que la isla se sumerja definitivamente en el desastre que The Economist anticipa.