El miedo a la enfermedad, a la discapacidad y a la muerte es visto como algo imposible y lejano a mediana edad. Sin embargo, en la vejez se hace más presente, pero es un golpe duró que enfrenta ejemplarmente Luisa Esperanza Girao, de 79 años. Ella es mamá y al quedar viuda se enteró que iba a perder la visión. Actualmente solo percibe sombras nubladas y desde que perdió este sentido vive con mucho miedo cuando sale a la calle. Le preocupa que un día un vehículo la atropelle o tenga una mala caída que además de su vista comprometa su movilidad.
EN BUSCA DE VOLVER A VER. La primera vez que un médico le dijo que tenía que usar bastón, porque nunca más volvería a ver, sufrió mucho, se sentía frustrada porque durante muchos años, la también conocida “Luchita” buscó especialistas en Arequipa, Lima y Cuba que puedan operar sus ojos; sin embargo, ningún médico aceptaba debido a que la cirugía implicaba un alto riesgo al comprometer su mácula. A pesar de haberse resignado a esta situación, nos revela un aspecto conmovedor: nunca anticipó la complejidad de vivir con esa limitación visual y los temores que surgirían como consecuencia.
Su historia se remonta a antes de la pandemia, cuando le diagnosticaron cataratas en ambos ojos, una enfermedad que es la primera causa de ceguera en las personas mayores de 60 años y, en la mayoría de las ocasiones, susceptible de ser tratada con éxito.
Sin embargo, este no fue el caso de Luchita, quien anhelaba recuperar la función de su vista, pero como no tenía mucho dinero se operó solo el ojo izquierdo.
NEGLIGENCIA MÉDICA. Le cobraron más de S/7000 por una cirugía que no salió como ella esperaba.
Según cuenta, un producto se derramó en su ojo durante la cirugía, los médicos le dijeron que a los dos días el malestar se le pasaría y vería mejor; sin embargo, han pasado muchos años y su situación es la misma.
APRENDER A VIVIR SIN LA VISTA. Para adaptarse a esta etapa de su vida, le recomendaron asistir al Crebe UGEl Norte, antes Centro de Rehabilitación para Ciegos Adultos (Cercia), donde le enseñan técnicas compensatorias (actividades cotidianas prescindiendo de la vista).
A ella le gusta mucho ir a este lugar. Su relato nos invita a reflexionar sobre los desafíos que enfrentan las personas en situaciones similares y nos inspira a mostrar empatía hacia aquellos que luchan con dificultades visuales.