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Karol Bellota: “Enseñar con lo que hay, insistir con lo que uno es”

Desde ONG hasta escuelas sin agua ni luz, Karol llevó la educación a donde pocos quieren ir, convencida de que enseñar es también luchar por la justicia

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DIARIO VIRAL

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Karol Bellota nos cuenta que en el Perú de los años 60 y 70, el 70% de la población vivía en zonas rurales. Hoy, esa cifra ha caído a menos del 20%. Para la educadora cusqueña, esa transformación no es solo demográfica, sino profundamente educativa: mientras las ciudades crecen, el campo se vacía, y con él también se reduce el acceso a una educación digna, inclusiva y de calidad.

¿Por qué decidió ser profesora y, sobre todo, ir a zonas rurales?
Empecé joven, por concurso, como muchos. Las plazas en zonas urbanas estaban copadas. Pero llegar a una escuela sin recursos, con niños que necesitaban educación especial y sin materiales mínimos, te cambia. Aprendí más en ese primer año que en toda la universidad.

¿Qué problemáticas estructurales ha podido ver en el sistema educativo rural?
Muchísimas. Desde la falta de infraestructura básica hasta el olvido total de la educación especial. He trabajado en escuelas sin acceso a salud, agua, luz o servicios mínimos. Y en comunidades donde hablar quechua o una lengua amazónica sigue siendo motivo de discriminación.

También hay zonas como La Convención o Calca donde, por conflictos territoriales, se incendian colegios. Se enfrentan maestros, padres y autoridades. Y al final, quienes más pierden son los estudiantes.

Las niñas del campo tienen muchas más barreras que las de la ciudad. A pesar de los avances, aún hay familias que priorizan la educación de los varones. He visto niñas brillantes quedarse sin estudiar por roles impuestos, machismo o miedo. Por eso es tan importante visibilizarlas.

¿Y los estudiantes que logran llegar a la universidad?
Son verdaderos ejemplos de resiliencia. Muchos vienen de extrema pobreza, con una educación básica deficiente, pero con mucha motivación. Iniciativas como Beca 18 han sido clave. Pero aun así, entran con brechas marcadas respecto a estudiantes de colegios privados o urbanos. Y ahí empieza otra lucha: nivelarse, resistir, no rendirse.

¿Cuál ha sido su experiencia con la educación especial?
Fue mi primer contacto con la vocación real. Pero la educación especial en zonas rurales es casi invisible. He tenido estudiantes con discapacidad auditiva, física o motora que no contaban con ningún tipo de soporte. Aun en la universidad, hoy en día, sigo viendo que la inclusión es una promesa más que una realidad.

¿Qué papel tienen las familias en todo esto?
Crucial. La educación no solo ocurre en el aula. He sido testigo de cómo los padres, cuando se involucran, transforman la dinámica escolar. Pero también he visto cómo el miedo, la migración o la falta de identidad arrastran a muchas familias a abandonar sus comunidades.

¿Qué consejo le daría a los futuros docentes que piensan ir a zonas rurales?
Que tengan claro que no van solo a enseñar, sino a compartir y construir. El maestro es motor de cambio en donde esté. Pero sobre todo en lugares donde nadie quiere ir, es donde más se necesita tener corazón, firmeza y convicción.

La educación no solamente esté dentro del aula, sino que sean partícipes de lo que existe alrededor, con su identidad, sus tradiciones, sus costumbres, y buscar las mejoras en ese lugar donde van a trabajar.

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