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Informe: Indira nunca llega tarde

Joven con síndrome de Down es un ejemplo de la inclusión laboral. Luchó desde el momento en que nació y su esfuerzo fue reconocido

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DIARIO VIRAL

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Indira Unda Yllpa nunca llega tarde al trabajo. Cinco minutos antes de las 8:30 horas ya está en la puerta del restaurante Chicha, el de Gastón Acurio en Arequipa. Puntual, sonriente, lista para apoyar en la preparación del pan chicha y otros que los comensales disfrutan, quizá, sin saber que detrás hay una joven que convirtió cada obstáculo en una victoria. Indira es feliz, y se le nota. Indira sonríe. 

Su historia comenzó el 16 de marzo de 1997 en el hospital Honorio Delgado Espinoza. Su padre, César Unda, recuerda que fue anunciada con tres malas noticias del personal médico, como si lo hubieran grabado en piedra. Que era mujer, que había nacido con el ano imperforado y que tenía síndrome de Down. Él solo se preocupó por la segunda. “Cuál es la mala noticia. Mi hija me abrió las puertas del cielo”, respondió con firmeza, como quien descubre de golpe que la vida es un milagro. Ese día, además, dice haber reconocido la existencia divina de Dios.

La niña luchó desde el primer respiro. Coincidentemente, el único cirujano que podía operarla había salido de vacaciones un día antes de su nacimiento, pero las interrumpió para practicarle una cirugía de emergencia. Al día siguiente de nacida se le realizó una colostomía y unas semanas después se volvió a interconectar el colon con el ano, pero desarrolló una peritonitis. Pasó nueve meses en el hospital, protegida por los brazos de sus padres, sus 4 hermanos y salió victoriosa. 

El camino escolar le puso nuevas pruebas. Indira aprendió a leer y escribir en inicial. Estudió la primaria en el colegio República de Venezuela donde realizó la educación básica regular, mientras el nivel secundario lo cursó en Samuel Orton. En tercero de secundaria, César cuenta que descubrió que los cuadernos de su hija tenían contenidos de primero de secundaria. Cuando reclamó a la promotora, le respondió despectivamente: “¿Qué quiere? Si usted la va a tener en su casa como un adorno”. César retiró a Indira del colegio. Estaba molesto. Lloró. 

El destino tenía preparado otro escenario. En la Asociación Unámonos –una organización sin fines de lucro que brinda enseñanzas a jóvenes con síndrome de Down y habilidades diferentes de bajos recursos económicos– Indira encontró un espacio donde sus capacidades florecieron. Aprendió repostería, tejido, oficios que la llenaban de entusiasmo como parte de su formación en el programa Rey de Castro. Y un día, llegó la noticia de que había sido contratada en Chicha como ayudante de cocina.

El 20 de octubre de 2017, Gastón Acurio publicó en sus redes sociales una foto de Indira. En el texto destacaba que fue reconocida por tres meses seguidos como la trabajadora del mes por su puntualidad, actitud para el trabajo y su sonrisa. El chef incluso la apoyó para estudiar repostería. Sus especialidades son el pastel de chocolate y el de choclo.

Hoy, Indira es asistente de pastelería del restaurante. Sus compañeros y amigos la conocen, la respetan y de seguro la admiran. Ella lo cuenta con orgullo en un video que circula en redes: “Les digo que sigan luchando por conseguir trabajo y sean felices como yo”.

ALEGRÍA. Los reconocimientos no tardaron en llegar. En marzo de este año, el Ministerio de Trabajo la reconoció por su inclusión laboral. Indira integra el porcentaje del 40% de personas con algún tipo de discapacidad que trabajan, según la encuesta Enaho 2024. Por ley trabaja 24 horas a la semana, recibe medio sueldo y goza de derechos laborales. 

La Gerencia Regional de Trabajo también la nombró entre las Mujeres 360 de Arequipa. Indira, con voz firme, leyó un discurso que escribió. Habló de lo que ama a su madre y pidió que crean en las habilidades del grupo vulnerable al que representa porque son buenos trabajadores y personas responsables.

Al terminar su jornada a las 14:00 horas, Indira vuelve a casa donde lee, transcribe, ayuda en las tareas del hogar y cuida con esmero su colección de relojes. La independencia la enorgullece, aunque su padre admite que nunca deja de sentir el impulso de protegerla. Es vulnerable frente a una sociedad que todavía discrimina y es indiferente. 

Indira de 28 años sonríe, porque su vida no se mide en limitaciones, sino en puntualidad, en risas compartidas y en sueños que alcanzó con esfuerzo. Nunca llega tarde, ni al trabajo ni a la vida.
 

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Redacción

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